martes, 29 de abril de 2008

La última sonrisa de mamá

Mamá solía prepararnos jugo de naranja y huevos revueltos para el desayuno. Se levantaba muy temprano, antes que todos nosotros, se ponía su delantal y encendía la estufa. Luego recorría una a una las habitaciones y nos despertaba con ese “buenos días” que sólo ella podía cantar. Teníamos nuestro lugar asignado. Masticábamos rápido, siempre tarde para la escuela y el trabajo. Mamá solía mirarnos con sus ojos acuosos, en silencio, secándose las manos con una toalla. Pero principalmente miraba a su persona favorita en todo el mundo; le gustaba mirar comer a Nahum.

Nahum era el más pequeño de todos. Tenía una bicicleta roja muy vieja con la que le gustaba salir a dar la vuelta por la cuadra. La corría muy rápido, esquivando árboles y peatones. La bicicleta había sido de papá, y mucho antes también fue de su papá. Había que poner atención para darse cuenta que alguna vez tuvo un color rojo caramelo que la hacía la más bonita de todas. Pero esos fueron otros tiempos. Su asiento parecía haber sido mordido por un millón de ratas. Era el objeto favorito de Nahum.

Nahum solía subir las banquetas a toda velocidad, levantándose sobre los pedales y jalando el manubrio para subir la rueda delantera y seguir adelante sin detenerse. En una ocasión quiso hacerlo pero no pudo, así que fue a dar con la frente sobre la banqueta. Cuando llegó a casa con la cara llena de sangre y las rodillas raspadas, mamá lo llevó de inmediato al doctor. Una trabajadora social le preguntó a Nahum quién le había hecho eso.

-Yo solito- dijo-.

-¿Nadie te hizo eso?- preguntó la mujer-.

-Nadie.

Nahum salió del hospital con una venda que le cubría la mitad de la cabeza, chupando una paleta de caramelo. Mamá apenas podía respirar de la indignación. ¿Cómo se atrevía esa mujer?

Unas semanas después, Nahum jugaba arriba de unas jardineras en el parque. Brincaba de una a otra, tomando vuelo y corriendo para alcanzar la siguiente. Nahum, siempre tan lleno de energía. Después de un rato de estar jugando, al intentar alcanzar la última de las jardineras con un brinco, no logró poner el pie en el lugar correcto y cayó al suelo dislocándose el brazo derecho. Mamá lo levantó y salió de inmediato al hospital. En esa ocasión llevaron a Nahum a una oficina privada para hacerle preguntas. La trabajadora social no dejaba de escribir en su libreta, mirando de vez en cuando por encima del hombro, a través de la ventana de su oficina, a mi mamá.

Para la tercera visita al hospital, mamá ya estaba franqueada por dos policías que no la dejaban levantarse de su lugar.

-Mi mamita me quiere mucho- decía Nahum-. Esto me lo hice yo solito.

Para la cuarta y quinta visita, ya los doctores conocían bien a mi hermano. Nadie culpaba más a mamá.

-A ver, Nahum. ¿Ahora qué fue lo que hiciste?

-Es que quise romper mi record de velocidad en avalancha.

-Temerario- decía el doctor mientras le enyesaba la pierna- Eres todo un temerario.

-¿Qué quiere decir esa palabra?

Una noche, Nahum comenzó con una tos que nomás no se le quitaba. Mamá le dio un jarabe, pero no sirvió. Nahum tosía y se agarraba el pecho.

-Me duele mucho- dijo-.

Mamá lo llevó al hospital de inmediato. Los doctores lo recibieron pensando que era una más de las travesuras de mi hermano. Un mes después de esa visita, Nahum murió.

Lo que mató a Nahum fue un cáncer fulminante que le devoró las entrañas. Comenzó en el pecho y siguió con el estómago. Los doctores dijeron que no había mucho que hacer. Mamá se pasaba las noches al lado de su cama, tomándolo de la mano, cantándole canciones, esperando que el día siguiente mi hermano fuera a sentirse mejor.

La mañana del día en que Nahum murió, mamá se levantó muy temprano y nos preparó jugo de naranja y huevos revueltos. Llevaba puesto el mismo delantal de siempre, el delantal que jamás volvería a usar. ¿Puedes imaginar cómo se sintió cuando el doctor le dio la noticia? Esa mañana fue la última vez que la vi sonreír.

Ahora, después de que todos hemos desayunado y nos vamos a la escuela o al trabajo, mamá se queda en casa sentada en la cocina, sola, mirando la silla que Nahum utilizaba. Se queda secándose las manos con la toalla, pensando en su persona favorita de todo el mundo. Nahum hoy hubiera cumplido diez.