jueves, 27 de septiembre de 2007

CUANDO AMAS TU CIUDAD...

Soy un Defeño de corazón. Nunca lo he negado, mucho menos ocultado.

Esta vez pongo un video para que una amiga pueda recordar mi ciudad...

martes, 25 de septiembre de 2007

DÍAS DE QUINCENA


Subió al tren una chica de cabello lacio, negro, blusa corta y pantalón entallado. Se quedó al centro del vagón, luchando contra la gente que la empujaba. Al final logra quedarse en su sitio: delante de un joven con saco y corbata.

Las puertas del metro se cerraron y el convoy entró en el túnel. Al ritmo del vaivén, el joven baja su mano izquierda, con discreción, para colocarla exactamente a la altura de las nalgas de la chica. Después deja que el movimiento natural del tren haga el trabajo.

Pasa una estación. La chica no se da cuenta que él busca cualquier pretexto para rozarla. La presión entre los cuerpos del vagón es mucha. Ella apenas puede respirar. Él cierra los ojos de vez en cuando, mordiéndose con suavidad el labio inferior.

Entramos en otro túnel. Los observo con atención cuando veo una mano que se introduce en el bolsillo de su saco. La mano no es de él, sino de alguien distinto, ajeno; de alguien a quien no he notado antes. Un tipo de gorra azul.

Son sólo dos segundos, pero claramente alcanzo a ver cómo le saca la cartera mientras el trajeado sigue distraído con el cuerpo de la chica. Él seguramente lo notará hasta que llegue a casa. Me quedo sin aliento.

En eso, por encima del hombro, la chica mira al tipo de la gorra. El hombre la mira a ella y le sonríe. Luego se percatan que los estoy observando y que me he dado cuenta de todo. El hombre de la gorra se limita a poner un dedo sobre sus labios, pidiéndome que guarde silencio. Un golpe de electricidad me sube de los pies a la cabeza.

Llegamos al Rosario. La gente sale corriendo una tras otra, pero yo apenas puedo moverme. Entonces veo a la chica tan fina, tan atractiva, con ese olor a perfume costoso, tomar de la mano al tipo de la gorra y sonreír.

Mientras camino a la salida voy pensando en el joven de traje, en su quincena, en lo mucho que seguramente necesitará ese dinero. En estos días el diablo siempre anda suelto.

viernes, 21 de septiembre de 2007

PEQUEÑAS LECCIONES DE VUELO

-Mamá, mamá ¿Los hombres pueden volar?

-No- dije- no pueden. Si Dios hubiera querido que los hombres volaran, nos hubiera dado alas ¿no crees?

El pequeño guarda silencio, se lleva un dedo a la boca y da media vuelta.

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Sentada a la orilla de la cama, María juega con su revólver. Pone el ojo al otro extremo del cañón y mira. Siente el peso del arma en la mano. La habitación huele a naranjas.

-¿Todo bien?- pregunta la voz al otro lado de la puerta-.

-Todo bien- dice ella, colocándose el cañón en la boca-.

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La niña con el disfraz de mariposa es la única que baila a la mitad del patio. Da vueltas y canta, tocando a todos en la cabeza con su varita de cristal. Sonríe. El sol se refleja en su pequeña corona. Baila hasta que la música deja de sonar.

Después, los aplausos...

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El sonido del avión al pasar sobre su cabeza fue lo que más lo impresionó. El viento queriéndole arrancar el papalote de las manos.

El niño mira el avión hasta que éste se eleva muy alto y desaparece en el horizonte.

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Ella lo abraza, acariciándole la cabeza. Las sábanas se sienten tibias; la casa huele a café y pan tostado. Ella lo abraza y lo besa mientras en la televisión pasan un noticiero. La imagen de una anciana muerta llena la pantalla.

-Te amo, bebé- dice ella-.

Él sonríe y vuelve a recargar la cabeza entre sus senos, recordando cuando era pequeño.

Se duerme.

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El agua de limón le gusta dulce, aunque no tanto como para empalagarlo. Le gustan en especial los limones de julio porque son los mejores limones del año; ni tan ácidos ni tan insípidos. También le gusta el sonido que hacen los hielos al dar vueltas y chocar con las paredes de la jarra de cristal.

Para él, esto es como beberse completo un sueño.

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Él toma al otro jovencito de la mano y juntos miran los fuegos artificiales reventando en el cielo. Siempre han estado juntos, desde que ambos tenían siete años.

Miran las cascadas de colores y humo que pintan el cielo, recuerdan el momento en que decidieron venir juntos a ésta ciudad. La gente a su alrededor grita y aplaude al mirar las luces. Y el viento sopla, trayéndoles el olor a pólvora.

-No me dejes nunca- dice él, suavecito-.

-Te lo juro- contesta el otro, apretándole la mano-.

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La voz del sacerdote rebota con fuerza en las paredes del templo, llenando todo el espacio vacío hasta el techo, enterrándose profundo en el pecho de Guadalupe.

Ella sujeta con firmeza su rosario y se acomoda el pañuelo sobre la cabeza. Reza un Padre Nuestro. Al final de la misa se acerca a dejarle una veladora a San Judas Tadeo.

El sacerdote se despide de la gente a la salida, les sonríe, acaricia la cabeza de los chiquillos. Guadalupe se acerca en silencio y toca su mano, la besa. Luego, ambos se quedan mirando dentro de los ojos del otro durante un largo rato.

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Alberto se sujeta con fuerza al volante mientras el auto da vueltas por el aire. Sabe que vio al otro auto, al que lo golpeó, pero no puede recordar de qué color era, tampoco puede recordar haber escuchado el golpe.

Había sido sólo un segundo cuando el mundo de pronto se puso de cabeza, sin orden, y su cuerpo había comenzado a retorcerse dentro del auto como un pez que lucha contra la corriente. Aún no hay dolor, pero de alguna forma sabe que dentro de poco lo habrá. Y mucho.

Alberto cierra los ojos y después de unos segundos por fin escucha el sonido del golpe y el metal doblándose.

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Anita baja corriendo las escaleras y se arroja a los pies del árbol de navidad. Busca entre las cajas alguna que tenga su nombre. Nadie más que ella está despierta en toda la casa.

Por fin reconoce una "A" y una "ene" y una "comosellame" en la tarjeta. Así comienza su nombre, lo sabe. El aire abandona sus pulmones cuando pone las manos sobre la brillante envoltura. Arranca el moño casi con desesperación.

Se detiene un segundo a mirar el contenido. Mira esos rizos dorados y ese vestido azul marino. Luego aprieta la caja contra su pecho.

-Te voy a llamar... Preciosa- dice casi en un susurro-.

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-Papá, Papá ¿los hombres pueden volar?

-Claro- dije, levantando la vista del periódico matutino-. Si lo han deseado con mucha fuerza y se han portado bien, claro que pueden.

-Pero...¿cómo si no tenemos alas?

-Hay muchas maneras de volar- contesté-.

El pequeño guarda silencio, se lleva un dedo a la boca y luego se da media vuelta.

lunes, 10 de septiembre de 2007

STRANGED

Unos policías vestidos de blanco vinieron por mí la tarde que mi esposa murió. Dijeron que no era por nada de importancia, pero que debía acompañarlos. Afuera, el sol pegaba con fuerza mientras los niños corrían por el jardín.

Me puse una camiseta, pantalones cortos y mis tenis favoritos. Me lavé los dientes y las manos, sin prisa, antes de abandonar la casa. Me santigüé frente al crucifijo de la sala y uno de los policías se cruzó de brazos y sonrió.

Ellos salieron primero, hablando por radio, vigilando mis pasos. Yo apenas les puse atención. Caminé apoyando bien los pies en el suelo, mirando al frente, acomodándome el cuello de la camisa de franela. Los niños no me vieron salir. Ellos también iban vestidos de blanco.

Olí por última vez el pasto mojado del jardín. Miré por última vez las ramas de los Pinos meciéndose con el viento. Escuché la risa de los pequeños. Más allá me esperaba un auto con las puertas abiertas.

El día de nuestra boda todos iban también de blanco, pero la lluvia se había encargado de arruinarlo todo. Los invitados corrían para guarecerse; algunos se metieron a la casa, otros en sus autos y unos cuantos bajo las mesas. El pastel también se arruinó. Siempre nos reíamos al recordarlo.

Hoy por la mañana ella me dijo adiós. Me tomó de la mano y luego se voló la mitad del rostro. Yo no me atreví a decirle que no lo hiciera. Me escondí bajo una mesa y me abracé de las rodillas. Era como si me hiciera falta algo aquí, al centro del pecho, y que nada en el mundo pudiera llenarlo.

Sabía que un día ella y yo nos íbamos a decir adiós, que todo se iba a terminar. Lo que no sabía es que iba a ser de esa forma. Me limpié la cara con la mano.

El policía me tomó del brazo y me empujó con suavidad dentro del auto. Habló por su radio y las motocicletas al frente encendieron sus motores. El portón de la entrada se abrió. Yo recargué la cabeza en el cristal, le di un trago a mi vodka tonic y me perdí en la nada. Quise decirles algo, pero no pude hacer que las palabras salieran de mi boca...

sábado, 8 de septiembre de 2007

EPIPHANY # 32


Las palabras son como mariposas enmedio del campo, y me cuesta trabajo atraparlas con mi red. Se escabullen. Se burlan.

Soy un torpe cazador.

viernes, 7 de septiembre de 2007

PASEANDO POR AZCAPOTZALCO

Hoy no voy a escribir nada...

Me encontré este video de la preparatoria en que estudiaba; el CCH Azcapotzalco.

Dicen que una imágen vale más que mil palabras.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

GENERACIÓN X

Nihilismo. Autodestrucción. La sensación de no pertenecer a nada ni a nadie. Falta de temor a Dios. Sin respeto a los padres. Sin confianza en las instituciones. Miedo a los compromisos. Crisis económica. Comida transgénica. Sida. Drogas químicas. Inseguridad. Desordenes alimenticios. Culto al cuerpo. Hollywood. Educados por el televisor. Juegos de video. Tarjetas de crédito. Internet. Microsoft. Violencia intrafamiliar. Desastres naturales. Coca Cola. Mc Donalds. Teléfonos celulares. Sobre-educados. Faltos de valores. Sin amor. Sin dinero. Sin futuro. Puta Generación X.

Soy lo suficientemente viejo como para recordar el terremoto del 85, saber en dónde estaba en ese momento, pero también soy lo suficientemente joven como para que eso me importe un carajo. Soy lo suficientemente viejo como para haber visto demasiadas caricaturas, pero no lo suficientemente joven como para que me gusten los Power Rangers. Recuerdo el suicidio de Kurt Cobain, pero me vale madre que Elvis también lo hubiera hecho antes. Me gusta leer a Hemingway, pero creo que sus libros son del siglo pasado. Los Beatles son algo que escuchan mis papás, y Rocío Durcal es una tipa que sale en las películas del canal 2, ese que nunca veo.

Soy como una partícula de polvo que es arrastrada por el viento. No sé para dónde voy, ni tampoco de dónde vengo. Crecí pensando que valgo tanto como lo que traigo puesto. Que pagar una hipoteca es algo normal. Que los policías corruptos están en lo correcto. Que la paz mundial es sólo el sueño de algún hipie drogadicto y desnudo tumbado panza arriba. Ni siquiera sé como es que llegué hasta la edad que tengo.

Siempre critiqué a mi padre por hacer del mundo una porquería. ¿Esta es la tierra que soñaban los estudiantes del 68? ¡A la mierda! Que bueno que los mataron. En la actualidad estamos siendo gobernados por ellos, por los que lucharon, por los que llevan tatuado en la frente la cursi frase de “el 2 de octubre no se olvida”. ¿Y qué es lo que tenemos? Una deuda externa imposible pagar. Dependencia financiera. Sumisión hacia un gobierno extranjero. Segregación. Falta de trabajo. Devaluación. Leyes ineficientes. Gobierno demagógico. Crecimiento demográfico incontrolable. Huelgas. Impuestos altos. Políticos coruptos. Miseria.

En un tiempo ellos mismos eran los que clamaban que “los jóvenes harían el cambio”. ¿Cuáles jóvenes? ¿Los de su generación? ¿Los de la siguiente? ¿Los de mil después? Ellos nos han dado una gran lección: Los jóvenes no pueden hacer la diferencia, son demasiado flojos e inexpertos. Lo aprendí de mi padre.

Ellos soñaban con trabajos de cinco días a la semana, cinco horas por día. Por eso estamos como estamos. El tiempo no les alcanzaba, ni les importaba que les alcanzara. Sólo querían cobrar su salario y salir a revolcarse con alguna prostituta, a ellas quedarse solas en casa para recibir a su amante. El fin de semana salir a jugar barajas o canasta, tal vez.

Ahora nos han dejado toda su mierda. ¿Quieren que nosotros la limpiemos? No lo creo; ni siquiera se tomaron el tiempo de enseñarnos cómo hacerlo. Pero si eso no fuera poco, se siguen empeñando en volver de este planeta un basurero. El hoyo en la capa de ozono cada día es más grande, y a ellos no les importa el protocolo de Kyoto. Pues vayámonos todos a la chingada. No pienso hacer nada por ellos. ellos son el enemigo.

Mi cuerpo es una gran máquina de odio. La violencia no me asusta, me aburre. Soy capaz de más destrucción de la que ellos son capaces de imaginar. Puedo cruzar los inmensos océanos de dolor y ni siquiera darme cuenta de haberlo hecho. Crecí con la marca de un cinturón sobre la espalda.

Catolicismo. Budismo. Protestantismo. Testigos de Jehová. Hare Krishnas. Nadie me ha podido dar lo que busco. Todos me prometen tranquilidad espiritual, alegría interna, un sendero para llevar una vida exitosa. Todos me han fallado. ¿Acaso la búsqueda espiritual es otra de las características de mi generación?

Tal vez soy de la religión Samsung, que tiene su sinagoga adentro de un centro comercial. En la que se imparten sermones de Epson y Levi´s, de Gucci y Nike. En donde el sacerdote es Antonio Banderas y su monagillo Brad Pitt. En que las monjas son Paulina Rubio y Britney Spears. Donde se cantan canciones de Soda Stereo y los Hombres G. De U2 y Michael Jackson. En los misales aparecen fotografias de Heidi Klum y Anna Kournikova. Nuestro salvador es el Gran Hermano.

Ya ni siquiera sé cuales son mis pensamientos y cuales los de los demás. Ya no sé cuales son mis metas y cuales son las que me han dictado mis padres. No sé si soy feliz con una cuenta en el banco y un trabajo medianamente pagado. Ni siquiera sé si me hice abogado porque quería o porque mis amigos me empujaron a hacerlo. No sé si como hamburguesas porque eso es lo único que venden en la esquina o porque me da flojera preparar mi propia comida. No sé si soy producto de mis deseos o de lo que los demás han querido hacer conmigo. Ni siquiera mi propio nombre lo escogí.

Vivo en el planeta Chrysler esquina Chevrolet, con una estupenda vista a las zonas marginadas de Nezahualcoyotl. El centro de mi universo es una chica que ni siquiera sabe que existo, y que se pinta el cabello cada quince días. El diario de mi vida está escrito en los catálogos del Price Shoes. Y seguramente mi epitafio dirá; “Deudor Nº 4455-0001-8542-2355”.

No sé cómo justificar mi vida, no sé como he llegado hasta el día de hoy. Ahora que te estoy platicando, seguramente pensarás que no hablo de mí, que estoy tratando de eludir tus preguntas. Pero no es cierto. Sabes que no es cierto. Aunque estoy seguro que tú tampoco sabes si estoy hablando de ti o de mí. O de cualquiera que conozcamos.