sábado, 20 de diciembre de 2008

Afterwords

Mi primer regalo en esta navidad fue quedarme sin trabajo. Adiós a la fotografía y a todos esos clientes apasionados con los que platicaba todas las tardes, adiós. Ya no más largos viajes en metro ni desayunos a las once de la mañana tomando café. Ya no más clics ni flash ni zooms. Adiós a esa vida que tuve durante tantos años. Adiós a esa vida que jamás extrañaré.

Mi segundo regalo fue comprar un disco de Radiohead y escucharlo sentado frente al televisor. La tele en silencio, así es como me gusta verla, y el estereo a medio volumen. Y miré durante horas el rostro de las actrices, de los niños en los comerciales, de los comediantes diciendo quién sabe qué chistes. Me quité los zapatos, me aflojé el cinturón y subí los pies en una silla. Prendí el ventilador y me serví un poquito de Whisky. Así fue la primera tarde de mi nueva vida.

Mi tercer regalo fue escaparme a Guadalajara y vivir unos cuantos días como si fuera un escritor famoso. Visité la Feria Internacional y conocí a otros escritores y compré libros de gente que no conocía y bebí cerveza con una bola de locos a los que rápidamente les agarré cariño. Luego viajé toda la noche en camión de vuelta a casa.

Mi cuarto regalo fue dejar de escribir. Al darme cuenta de uno de mis puntos débiles, simplemente decidí retirarme a meditar sobre eso. Pasé casi un mes sin dibujar una palabra siquiera. Pensé en los finales, en la manera en que suelo terminar las cosas que escribo, y me di cuenta que eso era lo que me estaba fallando. Me di cuenta de ese punto tan débil que tengo, la cucharada de levadura que le falta al pastel, la gota de azul que le falta a mi color cyan, ese metro extra que hace que no pueda brincar del trampolín. Y ahora estoy trabajando en eso.

Mi quinto regalo son mis amigos. Todo lo que hicieron por mí, todo lo que aún hacen. Ellos saben qué. Saben que estoy agradecido. Dios los bendiga.

Mi sexto regalo fue conseguir un nuevo trabajo, uno lejos del arte y de la intelectualidad, uno más físico y lleno de sudor. Ahora me dedico a llenar palets con mercancía y utilizar un montacargas y depositar todo dentro de un camión. Al final del día me duelen los pies y los hombros y los brazos. Y duermo sin tener sueños. Me desconecto. Le doy unas vacaciones a mi cerebro. La verdad, me siento bien. Muy bien.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Cuentos para enamorar niñas españolas

Érase una vez un grupo musical que grabó un disco y que pensaba que ese disco sería un fracaso y que así lo fue hasta que comenzó a escucharse en otro país que no era el de ellos y que después de eso comenzó a escucharse en otros países y a ser apreciado y a ser comprendido y eso propició que volviera a ser escuchado en donde en un principio pensaron que sería un fracaso y entonces, contra todos sus pronósticos, su disco triunfó.

Érase una vez un niño al que le gustaba mucho comer miel. En una ocasión miró a su mamá subir hasta la parte más alta de la alacena con ayuda de una escalerilla, y aprendió, y se fijó muy bien en dónde había ella guardado el bote con el espeso y dorado líquido. Entonces, cuando mamá se fue al trabajo, el niño trepó y alcanzó y comió y comió hasta embarrarse los bigotes y la barriga con la miel. Cuando mamá llegó le dijo Pero mira nada más todo este desastre, quién se comió toda la miel, y el niño le dijo Mamí, fíjate que llegó un oso grandototote y él se la comió.

Érase una vez una chica que soñaba con recorrer el mundo montada en un tren. Para eso se compró un libro grande y pesado lleno de mapas, y se dio cuenta que el mundo tiene mares por los cuales no se puede construir una vía, y que tiene desiertos y montañas por las cuales jamás han construido un paso para el ferrocarril. Cerró su libro, suspiró, y se dio cuenta que su sueño iba a tardar un poco más de lo imaginado en cumplirse.

Entonces el grupo comenzó a salir de gira, lo llamaban para hacer comerciales de refrescos y aparecer en la televisión. Se sentaban a contestar preguntas para las que sólo había respuestas tontas, y luego tocaban frente a un público que sólo quería escuchar la canción que ellos más odiaban; la canción que los había hecho famosos. Y así fue como tuvieron dinero para hacer un segundo disco.

Los amigos del niño se sentaban a su alrededor a escucharlo contar historias. Su favorita era la de un hombre que había sobrevivido al fin del mundo y que se dedicaba a dar vueltas por un desierto interminable en compañía de su perro. La escuela a la que asistía era una escuela de monjas, y él era el más mentiroso de todos sus compañeros.

La chica empacó una bufanda, unos zapatos tenis y dos pares de ropa interior limpia, se echó la mochila al hombro y partió en su aventura. Los hombres se rieron al decirle que los trenes desde hace mucho que estaban muertos, las mujeres se burlaron de su comportamiento casi masculino, Las chicas no viajan por el mundo, le dijeron, se quedan en su casa a esperar un marido.

Entonces la banda grabó su segundo disco y a todo mundo le encantó, menos a ellos. No les había gustado precisamente por eso, porque no querían el éxito. Por eso se habían animado a experimentar más, a hacer música más extraña, a ocupar instrumentos poco conocidos. Les molestaba también la sombra de su primer éxito, que los críticos dijeran que ese sería el único éxito que tendrían. Para su mala fortuna, con el nuevo disco vinieron tres canciones inolvidables. Antes pocos los conocían, pero con el nuevo disco, inevitablemente se volvieron famosos.

Eres la única, para ti he escrito esto, decía nuestro niño al haber crecido. Tenía una habilidad natural para contar cosas que jamás había experimentado, entre ellas el amor. Se pasaba las noches enteras escribiendo cartas para una mujer a la que nunca había conocido, a la que nunca había visto, a la que no sabía siquiera si existiera o no. Esas cartas las guardaba en un cuaderno de cubiertas color azul y luego las transcribía en hojas que le daba a las niñas más guapas de su salón, y las más guapas de la cuadra, y las más guapas de la colonia. Todas recibían la misma carta. Todas eran únicas. Nuestro niño mentiroso, que ahora había crecido, se volvió popular. Eres la única, les decía a todas ellas al entregarles la carta, para ti he escrito esto.

La chica viajó por África, por toda ella, y por las tierras árabes y por las tierras indias, también por todo el oriente. Y a pesar de saber que estaba cumpliendo su sueño, aunque algunas veces tuviera que viajar en camión y otras en camello, se sentía profundamente triste. Por las noches se sentaba junto a los beduinos a mirar las estrellas, y de esa manera se dio cuenta que el sueño que tenía, su verdadero sueño, no había sido nunca viajar por el mundo en tren, sino otra cosa, algo que no podía definir con claridad, pero que ahora sabía que cuando lo tuviera enfrente sabría que eso que estuviera viendo lo iba a ser. Por ahora no le quedaba más que seguir viajando. Abrió entonces un pequeño libro de poemas y leyó. Después de un rato se quedó dormida.

El grupo dejó de escribir canciones por más de un año. Durante todo ese tiempo se dedicaron a leer instructivos de sintetizadores y a escuchar música electrónica, se dedicaron a curarse de la profunda depresión que les había causado estar durante tanto tiempo en gira. Odiaban su música, odiaban tener que estar frente a la gente. Querían estar a solas y componer el mejor disco de sus carreras, uno que no les avergonzara y que los hiciera sentir, por primera vez en sus vidas, felices de ser músicos. Entonces comenzaron a escribir su tercer disco.

Y el niño, que ahora ya es un joven, se dio cuenta que no tenía talento más allá del que tenía para conquistar chicas. Se dio cuenta de que toda esa habilidad, la que tenía para mentir, no era más que solo eso, una mentira, y que ya no quería eso. Ahora le interesaba escribir un poco de literatura, y escribió el primero de todos los cuentos que iba a escribir en un año, y se lo mandó a todos sus conocidos y a algunos desconocidos. Todos, sin excepción, le dijeron que eso que había escrito no valía la pena haberse escrito. Y el niño se sintió mal por eso. Su mentira no había sido lo suficientemente buena. Se deprimió una semana y luego volvió a tomar su pluma.

Dígame si el camino que llevo es el camino correcto, preguntó nuestra chica a un jefe indio que había encontrado a su paso por Los Estados Unidos. El jefe indio no le respondió. La chica, envuelta en todo ese humo blanco, supo entonces que la respuesta ya le había sido dada, que todo estaba en su interior, y guardó silencio para escuchar la voz de su alma, y escuchó entonces una pequeña vocecita que le decía Sí, estamos haciendo lo correcto. Cuando el jefe indio parecía que le iba a contestar, nuestra chica levantó la mano pidiéndole silencio, y así, dejándole una moneda sobre la alfombra, dio media vuelta y salió.

Un suicidio musical. Así calificó la crítica al tercer disco de la banda. Todo era una mezcla de música electrónica combinada con altas dosis de depresión y letras oscuramente filosóficas. Nada más alejado a su primer y segundo disco. A los fanáticos les encantó. Las estaciones de radio tocaban y tocaban ese primer sencillo de seis minutos de duración. Los contratos no paraban de llegar. Y la banda, por primera vez, se sintió feliz. Ese primer sencillo, sentían ellos, era mucho mejor que aquella primera canción que los hizo famosos.

El joven escribía una carta mientras escuchaba una canción de un grupo que hacía música rara, con cambios de ritmo y letras filosóficamente oscuras. La escuchaba una y otra vez, asombrándose de las cosas que el arte podía hacer. Descubrió entonces que él podía escribir como él siempre había querido, y que no tenía que hacerlo como los demás decían que la literatura tenía que ser. Entonces escribió un cuento que trataba sobre una chica que soñaba con viajar por el mundo montada en un tren, y se lo dio a leer a sus amigos y también a gente que nunca antes había conocido, y todos ellos, sin excepción, le dijeron que ese era el mejor cuento que había escrito. Pero lo que más feliz puso a nuestro chico fue recibir una carta que comenzaba con la siguiente línea; Yo soy la chica que alguna vez tuvo ese sueño.

Si la chica pudiera describir con música lo que sintió al verlo por primera vez, entonces escogería esa canción depresiva con letra filosóficamente extraña de ese grupo que nunca quiso ser famoso. Después de haberle dado la vuelta al mundo, después de mucho viajar y de mirar lugares y de hablar con gente y de comer cosas extrañas y de dormir a la intemperie y de pasar calor y frío, por fin se encontraba frente a frente con eso que siempre había buscado pero que no sabía que estaba buscando. Se había encontrado con ese chico que le contestó aquella primera carta diciendo Me llamo Carlos y escribo porque me gusta mentir, ya que sólo mintiendo puedo encontrar la verdad. Se había encontrado con ese chico que por un momento, pequeño pero suficiente para hacerlo, le había detenido el corazón. Y supo que su viaje por fin había terminado.

Érase una vez un grupo que grabó un disco que pensó que sería un fracaso, un grupo que sólo había soñado en describir con música un sentimiento que valiera la pena y nada más. Érase una vez este grupo que recibió un día una carta y que luego se había sentado a escribir su cuarto disco pensando en una chica que le dio la vuelta al mundo y en un chico mentiroso que un día escribió un buen cuento. Un grupo que después de tanto tiempo, de tanto luchar y tocar y hacer cosas que no los satisfacían por completo, por fin había logrado alcanzar su sueño.

Ésta fue la historia de ese érase una vez.

jueves, 11 de diciembre de 2008

El cazador del fin del mundo

Ayer por la noche soñé con el fin del mundo. Bueno, en realidad no era el fin del mundo, sino que eso ya había sucedido en otro momento. Yo vivía en lo que había quedado después de eso. El cielo era de un permanente color rojo por las mañanas y azul sin estrellas por la noche. Soñé que la única persona que caminaba por la arena y por entre los cascarones de edificios era yo. Sentí la necesidad de extrañar a alguien, que era mi deber, pero no supe por qué. No extrañaba nada ni a nadie. Las rocas y la hierba seca me hacían compañía y eso me parecía suficiente.

De la mochila saqué un cuaderno y quise escribir la historia de un hombre que andaba en busca de algo que sabe que perdió pero que no sabe qué es, y mis dedos y mi pluma no quisieron responder. Con torpeza garabatee unas cuantas palabras sin sentido, más rayones sobre la libreta que palabras, y no pude seguir después del primer párrafo. Quise contar que el hombre, el de mi historia, se dedicaba a cazar patos antes de que todo esto sucediera.

Describí, o al menos eso intenté, la manera en que ese hombre permanecía oculto en el agua durante horas, en silencio, soplando de vez en cuando su silbato para llamar patos, dejando que los mosquitos caminen por sus mejillas, que las sanguijuelas se le peguen a los brazos, que el estómago le ruja de hambre. Describí la manera en que ese hombre debía permanecer en ese sitio hasta que el sol saliera y entonces matar algunos patos para poder llevar algo de comer a su familia. Y describí cómo en ocasiones el hombre debía permanecer durante horas metido en el agua, hasta que comenzaba a temblar. Y cuando amanecía, el hombre miraba el cielo del mismo color rojo que yo miraba en mi sueño, rojo pálido, como si lo hubieran puesto a secar al sol durante mucho tiempo, y ese color se le quedaba grabado en la memoria, y al final eso era todo lo que él podía recordar.

El hombre de la historia no tiene varios dientes, sobre todo los colmillos y algunas muelas, por lo cual no puede masticar la carne de pato. Sólo come pescado y pan remojado en agua, lo cuál explica el por qué trae la piel del rostro y las costillas estrechamente pegada al hueso. Aún así, el hombre se sujeta a su rifle, procurando que éste permanezca siempre seco, y vuelve a soplar su silbato.

Falla el primer disparo. Falla el segundo. La imagen de los patos rompiendo el cielo le parece tenue, como si los estuviera mirando a través de humo, y vuelve a fallar. El hombre camina, hundiendo sus pies en el fondo lodoso del pantano, apartando la hierba con un brazo, soplando su silbato cada vez más y más, ha perdido su sombrero, y vuelve a disparar. La silueta negra de un animal da vueltas en el aire y cae girando lentamente mientras los demás patos siguen su camino hacia el horizonte, ninguno de ellos vuelve la mirada. El cuerpo de su compañero caído no es más que eso, un cuerpo, y no merece la pena esperarlo. El hombre de la historia sonríe, o al menos piensa que lo hace, y camina hacia el lugar en que ha caído su presa. Recuerdo que eso fue lo que escribí sentado junto a la fogata, mirando en lontananza la silueta de una ciudad muerta, y que al volver a leer lo escrito eso se había convertido en nada más que garabatos sobre el papel. Inteligibles. Nada que pudiera comprender.

Desde pequeño tengo este sueño. Siempre el mismo. Siempre sin llegar a ninguna parte. No sé si el hombre de la historia recupera el cuerpo del pato y llega a casa para que sus hijos coman, no sé si en el camino lo olvida y sabe que hay algo importante que debe recordar pero no sabe qué es. Tampoco sé qué sucede conmigo, escribiendo un cuento en un mundo donde ya no hay nadie que pueda leerlo. No sé si alguna vez llego a recordar a toda esa gente que debo extrañar. No sé si alguna vez llego a mi destino, si es que lo hay.

Con los años, lo único que ha cambiado en el sueño es que ya no estoy solo. Entre las calles llenas de escombros encontré un perro, o más bien él fue quien me encontró a mí. En un principio creí que era una rata, en la oscuridad sólo sus ojos brillaban, pero después de unos momentos de estarlo mirando salió y pude verlo bien. Un perro al que le he llamado Alegría. Mamá decía que los amigos son siempre una alegría, así que no se me ocurrió una mejor manera de llamarlo. Alegría duerme acurrucado junto a mí, y en las noches de frío solemos compartir la misma colcha. Él es lo único que ha cambiado en mi sueño, aunque no he podido escribir más allá de lo que ya he escrito, ni aún cuando despierto he pensado en todos los posibles finales de la historia. Al dormir siempre olvido. Al dormir, mi hombre de la historia siempre se queda a medio camino entre el fango y el pato, siempre se queda con hambre, siempre mojado y temblando.

Tengo la esperanza de que con los años eso cambie. De que con los años llegaré a conocer el final de esa historia. Pero por ahora no me queda más que rogar a Dios para que la vida mía sea lo suficientemente larga como para llegar a soñar con eso. Mientras tanto me he comprado un perro igual a Alegría, al cual he llamado Felicidad, y una gorra como la del cazador. He comprado un rifle y un silbato para llamar patos, que no creo usar nunca, y he aprendido a cuidar mis dientes. También he comprado tres libretas y un montón de lápices de colores. Escribir no me preocupa porque nadie me leerá, y en cuanto al fin del mundo... estoy listo para lo que venga, pues ya conozco lo que vendrá después. Entonces acaricio a Felicidad y sé que al menos él estará conmigo.