viernes, 26 de junio de 2009

Cuéntame sobre un momento

Cuéntame sobre un momento en que te sentiste verdaderamente libre. No sé si era la pregunta número veinte o la veintiuno del cuestionario, lo único que sé es que es la única pregunta que aún recuerdo. Cuéntame sobre un momento en que te sentiste verdaderamente libre. Volví a leerla, me eché para atrás sobre el respaldo de la silla, puse el lápiz en mi boca, cerré los ojos y suspiré.

Ella era la descripción de mi chica perfecta: Minifalda sin ropa interior, camiseta blanca sin sostén, morena, bebiendo Whisky a solas en un bar. Ni siquiera hice el intento de acercarme a ella. Sólo fue cuestión de esperar.

Recuerdo su departamento, pero no recuerdo cómo llegar a él. Tal vez algún día lo recuerde, aunque no es algo que me interese hacer. Recuerdo el color de su auto y la manera en que lo conducía por las calles de la ciudad. Creo que ella no había bebido tanto. Yo sacaba mi cabeza por la ventana para sentir el viento de la noche, ella sujetaba el volante con ambas manos, con la vista siempre al frente. No sé si hablamos de algo. No sé cuánto tardamos en llegar. Sólo recuerdo sus nalgas mientras ella subía las escaleras por delante de mí.

Hicimos el amor sobre la alfombra, en el baño, en la cocina, en la terraza, en su habitación, en el patio, en la sala, en el pasillo. Lo hicimos también en las escaleras. Recuerdo su boca sabor a menta, sus manos pequeñas y frías acariciándome la espalda. Recuerdo la manera que ella tenía de decirme al oído “házmelo otra vez”. Fueron dieciséis horas. No las conté, es cierto, pero recuerdo bien la hora en que llegamos y la hora en que me fui. Dieciséis horas. No dormimos, apenas comimos una pizza sentados a la orilla de la cama. Nos hicimos de todo y de todas las formas que podíamos imaginar. Nunca descansamos.

Después de eso no la volví a ver. Nunca la busqué ni ella tampoco lo hizo. Nos convertimos en un recuerdo. Así lo quisimos. Ella se convirtió en mi mejor recuerdo. Yo espero haberme convertido en eso también. Aunque he de reconocer que a veces la extraño.

Leí de nuevo la pregunta: Cuéntame sobre un momento en que te sentiste verdaderamente libre. Sostuve el lápiz en mi mano, me toqué la corbata, acomodé los lentes sobre mi nariz y me di cuenta que ese trabajo no era lo que yo en verdad buscaba. Me puse de pie y sobre la mesa dejé el cuestionario sin terminar.