jueves, 23 de junio de 2011

Una canción de tristeza

Comenzó a llover mientras él aún estaba sentado sobre el pasto. No se movió. No hizo el intento siquiera de mirar hacia otro lado, de buscar un sitio seco. Simplemente no le importó que el agua cayera sobre su espalda y su pantalón. Él siguió mirando un punto en el infinito, pensando en lo que acababa de suceder, pensando en ella. ¿Recuerdas la primera ocasión que salimos? Claro que lo recuerdo; no habíamos avanzado ni cinco cuadras de mi casa y comenzó a llover y corrimos a meternos en un cine. Fue divertido. No, no lo fue. Lo que más se me quedó grabado fue la manera en que temblabas y lo frío de tu mano. Lo que yo más recuerdo fue que me llevaste a comer tacos y el asco que me dio el olor a grasa. No sabía que los tacos no te gustaban. En mi país no comemos eso, lo hubieras imaginado. La lluvia cae ahora con fuerza, el cielo se ha oscurecido y él sigue sin levantarse del pasto. Bajos sus manos siente cómo la tierra se va humedeciendo hasta convertirse en un suave río de lodo. Mira el color de su pantalón, empapado, pero no le da importancia tampoco. No escucha la lluvia, sólo escucha el sonido de su corazón roto que palpita como un auto con el motor descompuesto. Le duele el pecho y tiene ganas de llorar pero no puede hacerlo, no sabe cómo. El dolor se va acumulando en su garganta y en sus ojos; no sabe cómo hacer que todo eso explote y así liberarse del sufrimiento. Le gustaría poder descubrir un botón con el cual desactivar su dolor. Ella te va a hacer pedazos, le dice Antonio gritándole al oído entre la gente y la música de la discoteca. La he visto hacerlo varias veces. ¿No me digas que tú también has sido su novio? No. Para nada. No soy tan tonto como para caer en sus garras. Esa mujer está loca, amigo. Loca. Mi consejo es que pases esta noche con ella y por la mañana la olvides. ¿Y si no lo hago? ¿Y si quiero seguir con ella? Entonces luego te acordarás de mis palabras, dirás “Ese maldito borracho tenía toda la razón” pero ya será demasiado tarde. Esa mujer te va a romper el corazón. La gente corre por entre los árboles, tapándose la cabeza con bolsas o revistas. Pisan los charcos, se ensucian los zapatos y siguen corriendo sin prestarle atención a él, que no se mueve de su lugar en el pasto bajo la lluvia. Se lleva una mano al bolsillo y saca unas cuantas hojas, las desdobla y mira las palabras que garabateó en ellas mientras la lluvia borra con rapidez la tinta. No queda mucho que se pueda leer. Él sabe que de todas formas eso tampoco importa. La canción era para ella pero ahora no cree que ella se lo merezca. Es mejor que la lluvia se lleve sus palabras, que las vierta sobre el lodo y que se pierdan en el caudal que se ha formado y que termina en una alcantarilla. ¿Me quieres? Claro que te quiero. No te creo. ¿Qué quieres que haga para que me creas, entonces? Quiero que seas más cariñoso conmigo; a veces siento que no me quieres ni la mitad de lo que yo te quiero a ti. ¿Y cómo voy a hacer eso? Pues, siendo más atento, llamándome más seguido, presentándome a todos tus amigos, llevándome a todas partes. Sabes que no siempre puedo hacer eso, tengo que trabajar y hacer todas las cosas que tengo pendientes. Si me amas, sabrás encontrar lugar para hacer todo lo que te pido. La única forma de lograrlo es haciendo que el día tenga más horas. No seas exagerado y dame un beso. La lluvia se hace más fuerte y no da señales de querer terminar. Él comienza a sentir frío en los brazos y en los pies. Mira sus tenis completamente mojados. Las hojas que sostiene entre sus dedos han comenzado a romperse y a caer sobre su pantalón. Aún recuerda la canción que había escrito en ellas pero confía en que pronto la olvidará. Ahora su canción será una canción de tristeza. ¿Por qué me hiciste esto? Yo no he hecho nada, dice ella. ¿Y esto, entonces? Sólo fue un juego, nada era en serio. ¿Sabes cómo me haces sentir? No tienes por qué, yo te amo. Pues no lo parece, no lo parece. Pero es cierto. Aléjate, no quiero que me toques. Pero... Vete, quiero que te vayas ahora mismo, no quiero volver a verte. Por favor, no te pongas así. Vete, no tengo ganas de seguir hablando. Él suelta lo que queda de las hojas mojadas y por fin se levanta. La lluvia sigue cayendo con fuerza y el viento sopla. Él tiembla. Aprieta los dientes e intenta no seguir pensando en ella ni en lo que vivieron juntos. Lo mejor es no pensar porque con los pensamientos viene el dolor. Prefiere juntar las palabras que irán en su siguiente canción, tararear la melodía que las acompañará. Da un primer paso y siente la suela de su tenis exprimiendo el agua que han acumulado. No tiene ganas de caminar pero sabe que si sigue ahí se enfermará. No puede evitar volver a pensar en la última ocasión que fueron juntos a bañarse en el mar en un intento por salvar su relación. Piensa en él que, sentado junto a ella en la arena, le dijo; “Somos como esas olas que se van separando al llegar a la playa. Nuestra playa está muy próxima. Es inevitable”. Fue la última ocasión que vio el mar. Ahora ella está muy lejos, en alguna parte, con alguien más. Tal vez nunca piensa en él. Hoy hubieran cumplido un año, por eso le escribió una canción, por eso vino al parque. Pero ahora tiene que irse. La lluvia sigue cayendo y todo apunta a que sólo se pondrá peor.