miércoles, 29 de julio de 2009

Deseo de cumpleaños

Amo las cosas sencillas de la vida, aunque las cosas que deseo ni siquiera se puedan comprar con dinero. Quiero aprender a tocar acordeón, nadar junto a las ballenas, sentarme bajo una cascada y tener un poco más de talento. Quiero sabiduría para ser un buen padre, ser un mejor amigo y un excelente hijo. Quiero aprender a cocinar y a manejar un auto.

Me gustan las hamburguesas del Kelly´s, las Pepsis frías, las mañanas de lluvia, las gotitas de sudor sobre la piel de una mujer, un apretón de manos, mirar la televisión con mis amigos, beber cerveza a la orilla del camino, quedarme en silencio, que me den un abrazo, desayunar Choco Krispis en la cama, tomar un expresso doble cortado, que me hablen al oído y sacar fotografías.

Me gusta acariciar a la Romina, leer un libro por las noches, caminar por Reforma y bañarme acompañado de una linda chica. Me gusta jugar Playstation y beber un poco de wisky.

Me gusta que me besen
y hacer el amor.

Tal vez en otra vida fui uno de esos hedonistas errantes que vivía de prestado y escribía bajo alguna sombra amiga. No sé. Esas es la impresión que tengo. Soy dueño de un corazón sencillo. Necesito pocas cosas para ser feliz. La vida moderno sólo me ha vuelto más aislado. Me gustan las computadoras, pero aún escribo a mano.

Nunca tuve un plan de vida para cuando cumpliera treinta. No lo tuve ni tampoco lo tengo ahora que cumplo treinta y dos. Mi único plan fue confiar en mis amigos.

Me gustan los chiles rellenos, los flanes con cajeta, el olor de las naranjas, el espagueti a la boloñesa, la carne de ternera, los pozoles de Don Toño y las tortas ahogadas que prepara Doña Chela. Me gusta la cerveza, los tacos de cecina, la crema de zanahoria y los besos de la Magy después de comerse un chocolate.

No sé si los cumpleaños sirven para reflexionar o para sentirse bien o para sentirse mal. Tampoco sé si son sólo una medida más del tiempo. No me he puesto a pensar en eso. De hecho antes los cumpleaños solían ser muy divertidos. Antes, cuando mis amigos aún no se habían ido. Qué importa.

Hace dos años me regalé un blog. Este sitio en el que puedo colocar los textos que no caben en ningún otro lugar. Aquí pongo lo que no tiene clasificación, por eso es que ninguno de ellos lleva etiquetas o señalamientos especiales. Son sólo cosas, ideas al aire, pero que siempre quiero compartir. Lo privado generalmente no sale de mis cuadernos. Así suelo ser.

El año pasado me regalé una noche de tranquilidad. Sin nadie más que yo mismo. Música de Tiersen y una botella de wisky. Afuera hubo una noche estrellada. Estuve así, solo, y me canté unas cuantas canciones, subí los pies en el taburete y me quedé dormido. A veces me regalo un poco de eso.

Pero este año no sé qué regalarme. Todo lo que quiero no puedo simplemente ir al mercado y comprarlo. No puedo sólo pedir un kilo de afecto o un litro de inspiración o dos piezas de sabiduría; y eso es precisamente lo que me gustaría tener. Meter mi mano en el bolsillo, sacar unas monedar y ponerlas sobre el mostrador. Esas cosas sólo pasan en los cuentos.

Me gustan las novelas románticas, los mensajes de celular, las manzanas rojas, el olor a pino. Me gusta andar descalzo sobre el pasto, escuchar las risas, ver los globos de colores y comer algodón de azúcar. Me gusta ir al zoológico, a casa de mi abuela, a comer con los amigos, ir al cine con alguna novia. Me gusta mojarme bajo la lluvia, comer chiles rellenos, viajar de copiloto y leer un comic de vez en cuando.

Me gustan tantas cosas y la mayoría de ellas no se compran con dinero. ¿Qué de todo esto podría pedir que me regalen?

Soplo las velas. La costumbre dicta que debo pedir un deseo. Creo que este año lo único que voy a pedir es que El Señor bendiga a mi familia y a todos mis amigos.

Gracias por seguir aquí.

lunes, 27 de julio de 2009

Dos años


En ocasiones, las cosas que deseas no son tan buenas como cuando te las imaginabas. Sucede con los regalos de navidad (ves una caja grande y al abrirla es un horrible suéter de animalitos), sucede con los restaurantes (un amigo te dice que ahí sirven los mejores cortes de carne del mundo y cuando llegas todo ha sido peor que si lo hubieras cocinado tú mismo), sucede con las películas (Terminator 4 no es tan buena como parece en los anuncios), sucede con cualquier cosa que deseas (aunque a veces las sorpresas son mucho más agradables de lo que hubieras deseado).

Ayer se cumplieron dos años de este blog. Le canté sus mañanitas y me comí un gansito a solas. Prometí escribirle algo, pero no pude. Llevo meses sin poder escribir algo que me guste y mejor me fui a tomar fotografías. Las fotos salieron mejor de lo que imaginé.

Revisando el primer texto que escribí para este espacio, me doy cuenta que al menos he tenido la dignidad de seguir adelante con el concepto que tuve desde el momento de comenzar el blog. Esto es lo que dije en ese entonces: “No voy a intentar ponerte sobre aviso respecto a envejecer, mucho menos describiré trucos para una madurez segura. No encontrarás disertaciones filosóficas, ni negación, ni nada que se le parezca. Seguramente tampoco encontrarás nada que valga la pena, así que no sigas leyendo. En realidad, ni siquiera tengo tiempo para estar escribiendo esto”.

Creo que al menos en eso he cumplido.

Son dos años de un blog que ha tenido que soportar mis constantes estados de ánimo. A veces lo abandono y a veces le doy mantenimiento varias veces por semana. Pero aquí sigue, junto a todos mis lectores silenciosos que se acercan de vez en cuando a mí y me llaman por mi nombre y me dicen que alguno de los textos que aquí encontraron les ha tocado el corazón. Generalmente sólo sonrío ante tales afirmaciones; desde el momento en que un texto ha hecho eso, ha dejado de ser mío. No es necesario que me lo regresen.

Llevo casi seis meses escribiendo pequeñas cosas por aquí y por allá. Ideas en cuadernos, anotaciones en servilletas, ocurrencias en trozos sueltos de papel. Pero no he podido terminar nada. Al menos nada que me haya gustado por completo. Bueno, nada excepto un cuento que le escribí a un muy buen amigo. De ahí en fuera no he escrito mucho que valga la pena compartir. Pero las cosas no son tampoco tan tremendas como uno se las imagina.

Hace dos años comencé este blog y me lo imaginé mucho mejor de lo que hasta ahora ha sido. De verdad que he querido que sea mucho mejor, pero lo que tengo en la cabeza no es lo mismo que sale por mis dedos. Eso me frustra. Pero no es eso lo que me ha tenido seco en lo que va del año. Es algo diferente. Pero este no es el lugar para compartirlo. Creo que al menos les debía esta explicación como mis lectores. Espero que este sentimiento ya pronto se me pase.

Son dos años de este blog. No es necesario felicitar a nadie. Sólo levanten su vaso con wisky y digan “salud”.

domingo, 12 de julio de 2009

Apuntes sobre la creatividad; Música

Antes de sentarme a escribir, me gusta tener preparada la música que voy a estar escuchando. Sin eso y sin una taza de té caliente no puedo comenzar. La música es algo que muchos escritores no podemos dejar a un lado mientras realizamos nuestra labor.

Nunca antes he hablado en este espacio sobre la música que me gusta. De hecho, mis lectores no tienen la idea más alejada de cuales son mis gustos musicales. Pero ahora, como estoy hablando de las cosas que hago para despertar la creatividad voy a hacer una excepción.

Me gusta la música no tan comercial. Me gusta así porque no puedo escuchar música de la cual ya estoy harto. Generalmente pongo las canciones y las dejo que se repitan una y otra vez, en ocasiones durante horas, hasta que ellas también llegan a cansarme. Pongo la música y me dejo llevar por el mood.

Cierro los ojos, pienso en el capitulo que voy a escribir, en las frases correctas, precisas, y dejo que la música defina los últimos detalles.

¿Qué escucho ahora?

BEIRUT - In the Mausoleum from The Flying Club Cup

Esta banda ha sido todo un descubrimiento para mí. Tienen un toque mexicano (a pesar de que ellos no son mexicanos, pero reconocen la influencia de los sonidos) que me resulta embrujante. Todo lo que hacen me gusta. Escuchen.



Nouvelle Vague - In a Manner of Speaking

Originalmente una amiga me hizo llegar el disco. Yo jamás los había escuchado, pero desde el primer acorde me enamoré de ellos.



Kutiman-Thru-you - 03 - I'm New

Este hombre me resulta un verdadero genio. Es israelí, y hace música mezclando segmentos de videos que se encuentra en Youtube. La música que resulta al final nunca, jamás antes se ha tocado. De hecho si miras los videos que la componen por separado no tienen nada que ver con el producto final de Kutiman. Se ve que son horas y horas de edición. Un trabajo sorprendente. Soy fan.



Moby - Pale Horses


El nuevo disco de Moby es maravilloso. Hecho en la intimidad de su departamento en NY, con la ayuda de sus amigos y puesto a la venta bajo su propio sello discográfico, es un disco que él mismo ha definido como "un disco que me gustaría escuchar en una tarde de lluvia". Aplausos.



Me gustan muchos más grupos, mucha más música. No puedo escribir si no estoy escuchando algo que despierte mi creatividad, que me haga soñar. Pero por ahora ya estuvo bien de hablar de mí. Para eso ya tendremos otras ocasiones.

Mejor platícame de ti. ¿Qué música escuchas para inspirarte?

miércoles, 8 de julio de 2009

Apuntes sobre la creatividad

Una pregunta recurrente: ¿De dónde sacan las ideas los escritores?

Una respuesta recurrente: De todas partes. De estar atentos.

A mí me gusta cargar con una libreta y anotar lo que voy descubriendo en el día a día. Me gusta anotar sensaciones y sentimientos. Me gusta anotar esas ideas que, cuando no las anotas, sabes que las vas a extrañar porque "eran muy buenas ideas".

Consejo número 1: Siempre ten a la mano algo para anotar tus ideas.

Consejo número 2: Observa, escucha, siente. A tu alrededor hay un mar de ideas.

A continuación he puesto algunas de las hojas de mi cuaderno azul. Si quieres verlas en grande, sólo da click sobre ellas. Espero te sirvan.






Consejo número 3: Vive. Vive mucho. Vive de todo. Así tendrás mucho sobre lo cual escribir.

martes, 7 de julio de 2009

PEQUEÑA CAJA DE PLÁSTICO

La pareja se detiene a un lado del camino para descansar. Llevan horas caminando con los zapatos llenos de lodo y la frente sudorosa. La mujer fue la primera en detenerse. En su mano derecha lleva una caja de plástico y en la otra un abanico. El hombre se peina el bigote con los dedos y luego se quita el sombrero y lanza un suspiro.

-¿Dónde estamos, cariño?- dice ella-.

-No tengo idea, Marian- contesta él-. Pero no desesperes, pronto llegaremos a alguna parte.

-Sabes que lo único que me preocupa es que los hielos no se derritan- dice, dando unas palmadas suaves a la caja de plástico-.

La pareja había comenzado el viaje en un automóvil negro, de esos grandes y lujosos, alquilado especialmente para recorrer el país. El automóvil era manejado por un chofer con gorra y uniforme. No hablaba mucho, sólo miraba de vez en cuando por el espejo retrovisor y sonreía al mirar a la mujer abanicarse el escote. El chofer era un hombre de la costa, de piel oscura y labios gruesos. Nunca le preguntaron su nombre.

Adentro del automóvil hacía más calor que afuera, pero no podían bajar las ventanas porque de inmediato el interior se llenaba de moscos y de ese olor a plátano que tanto molestaba a Marian. El hombre se secaba el sudor del cuello con un pañuelo. El único que parecía no estar afectado por la temperatura era el chofer del automóvil.

-¿Era necesario que viniéramos nosotros?- dijo Marian en algún momento del viaje-.

-Ya sabes lo que siempre he dicho- contestó él-; si quieres que algo se haga bien, tienes que hacerlo con tus propias manos.

El viaje había durado más de un día. Sólo se habían detenido para comer en lugares que no le parecieran tan desagradables a Marian. La primera vez comieron en el centro de un pueblo enclavado entre dos montañas, en el restaurante del único hotel. Comieron lo único que les pareció comestible; una sopa y un trozo de carne dura que no se pudieron terminar. Bebieron Coca Cola. La segunda vez, ya cercana la noche, comieron en la casa de un pariente del chofer. Comieron frijoles, queso y un trozo de pan. Durmieron en el automóvil.

Esta era la primera vez que Marian dejaba su ciudad para realizar un viaje. No le gustaba volar, mucho menos los caminos sin pavimento. Tampoco le gustaba que la ropa se le pegara al cuerpo, mojada en sudor. Nunca en su vida Marian había visto tantos árboles y a tanta gente utilizando ropa vieja, y nunca había pasado tanto tiempo junto a su marido.

Esa primera noche Marian soñó con su hijo, quien se había quedado en casa al cuidado de la nana. Quiso abrazarlo, pero por alguna razón no pudo. Quiso decirle que todo iba a estar bien, pero cuando lo iba a hacer la despertó un brinco del auto.

-El lugar al que vamos está detrás de ese cerro- dijo el hombre sin voltear a verla-.

El automóvil se detuvo frente a una casa con paredes de lodo y ventanas de color azul. La pareja descendió del auto estirando los brazos y las piernas; él sacudiéndose la camisa, Marina levantándose un poco la falda. A los dos les dolía la espalda y les zumbaban los oídos. Tenían los pies hinchados de tanto estar sentados. Las ramas y las hojas secas tronaban bajo sus pies. El chofer no se bajó del automóvil.

En la casa los esperaba una mujer gorda vestida con pantalón corto y una camiseta a través de la cual se podía ver el color negro de su sostén. Fumaba de manera despreocupada, mirando a la pareja sin levantarse de su mecedora. A un lado, sobre una pequeña mesa de madera, se escuchaba la música salir desde un viejo radio de pilas. En el suelo un montón de colillas retorcidas.

-Usted debe ser...- dijo el hombre estirando la mano-.

-Momento- dijo ella-, no necesitamos saber nada de nosotros. Es mejor. Yo sé lo que le digo. Hablemos dentro.

La mujer se puso de pie con dificultad, apoyando las manos en el descansa brazos de la mecedora. Masculló unas cuantas maldiciones, luego tosió con fuerza varias veces. Cuando recuperó el aire se puso en rumbo de la puerta. A la mujer se le frotaban los muslos al caminar y el pantalón se le metía entre las nalgas. Marian, al mirar eso, frunció la nariz y giró la cabeza hacia otro lado.

La pequeña casa escondida en medio de la selva estaba llena de libros. Filosofía, literatura, matemáticas, esoterismo. Para donde fuera que se mirara había libros de todos los temas. La casa olía a hojas húmedas y tabaco. No había televisión.

-¿Los ha leído todos?- preguntó Marian-.

-Esos y otros más que tengo en el cobertizo- contestó la mujer sin darle importancia-. Pero no han venido a preguntarme sobre eso ¿cierto?

Marian sacudió la cabeza, negando. Nunca se le hubiera ocurrido que una mujer como esa, viviendo a la mitad de ninguna parte, pudiera disfrutar de la lectura. Pensó que la mujer y ella, al menos en eso, se parecían. Siguió mirando el nombre de los libros, en silencio, y por unos segundos se olvidó de lo mal que se sentía por haber aceptado venir en este viaje.

-¿Quieren tomar algo?- preguntó la mujer caminando hacia la cocina-.

-Yo quiero un vaso con agua- dijo Marian-.

-No le recomiendo el agua de estos rumbos, señora- dijo la mujer-. Pero tengo cerveza.

-Una cerveza está bien- contestó de inmediato el marido, dejando a Marian sin otra opción que también aceptar-.

-Hace algún tiempo- comenzó a decir la mujer sin sacar la cabeza del refrigerador- pasó por aquí un escritor de esos que han ganado el premio Nobel. Se bajó del auto vestido con su traje negro impecable y su sombrero ¿pueden creerlo? ¡con éste clima!. Sus lentes así, como de éste tamaño. Lo reconocí de inmediato. Se bajó a preguntar por el camino a la ciudad. La verdad es que no sé qué andaba haciendo tan lejos. Luego me pidió un poco de agua y le ofrecí una cerveza. Por eso me acabo de acordar. Por ahí tengo uno de sus libros con dedicatoria... y una foto, pero esa no sé en dónde la puse.

La mujer le dio una cerveza a Marian y otra al hombre. Luego sacudió la cajetilla de cigarros hasta sacar uno, lo puso entre sus labios y lo encendió. Le dio un trago a su cerveza acercándose al librero.

-Este –dijo ella dándole el libro a Marian-. Aquí. Si quiere puede quedárselo. Ya no lo voy a necesitar.

Normalmente Marian no hubiera aceptado nada de ella ni de nadie que se le pareciera. Pero como el libro estaba escrito por uno de sus autores favoritos, y ya que todo le parecía muy extraño, hizo una excepción. Marian le dio las gracias. En la dedicatoria no aparecía el nombre de la mujer, sólo unas líneas que decían “Para el lugar en donde he tomado la mejor cerveza del mundo”.

El hombre se quitó el sombrero y lo puso a un lado, sentándose en el sillón. En la mano traía un sobre que Marian no había visto antes.

-La verdad es que no queremos quitarle más tiempo -dijo él- Tenemos un poco de prisa. Aquí está nuestra parte del trato –extendió la mano-.

La mujer tomó el sobre, abriéndolo para mirar el interior.

-¿Trae sus instrumentos?- dijo ella levantando el rostro-.

-En el auto- contestó él-.

Dentro del auto, el chofer dormía con la gorra sobre la cara. El hombre le tocó la ventana, despertándolo de un brinco. El chofer salió planchándose el uniforme con una mano, caminando rápido hacia la cajuela, buscando la llave correcta. Marian los observaba desde la puerta, de reojo, mientras pasaba las hojas del libro que le acababan de obsequiar. El viento apenas y soplaba. El canto de los pájaros se escuchaba lejos. El calor era cada vez mayor.

El hombre sacó de la cajuela una maleta grande de cuero y una hielera. Luego caminó de vuelta sobre las hojas secas hasta entrar a la casa. La camisa mojada con sudor. Resoplaba. Entró sin mirar a Marian. Adentro, la mujer obesa lo esperaba junto a la puerta que daba a la única habitación.

-¿Va a necesitar ayuda?- preguntó la mujer-.

-Pierda cuidado- dijo él-, para eso viene mi esposa.

El cuarto tenía una cama de latón, una mesa y una silla de madera. Las paredes de color verde y un olor espeso, como de aire que no ha podido circular desde hace mucho tiempo. Sobre la cama, una niña dormida.

El hombre se acercó a la mesa y abrió la maleta de cuero, sacó unos guantes de plástico y se los colocó. Le dio otros a Marian. Ambos se colocaron también un cubre bocas de tela. El hombre sacó del maletín varios instrumentos quirúrgicos y luego se dirigió a la mujer obesa.

-Sólo nos tomará unos minutos- dijo-. ¿Podría llenar esto con hielos?- le estiró la mano con la pequeña caja de plástico-.

La mujer asintió con la cabeza y el hombre cerró la puerta de la habitación lentamente, dándose la vuelta, mientras Marian le tomaba el pulso a la niña.