sábado, 29 de noviembre de 2008

Fallido capitulo siete


Dime por qué estoy aquí.

Lo que va a pasar de ahora en adelante no tendrá nada de romántico, nena, nunca saldrá en las revistas del corazón, mucho menos harán una película de nosotros. Lo que sucederá más bien tendrá un vago sabor a nota roja, a película de terror. Tendrá el sabor amargo de todo el respeto que nunca me fue dado. De no haber recibido lo que desde un comienzo era mío.

Aún no entiendo qué estoy haciendo aquí.

Te estoy poniendo a salvo.

¿A salvo de qué?

De mí. De lo que estoy a punto de enseñarte. De que me gustas demasiado, nena, y de que no soportaría que algo malo te sucediera. Ya tengo demasiado sufrimiento guardado. Te prefiero aquí, junto a mí.

¿Y para eso tenías que taparme los ojos?

De otra forma no podrías entender lo que estoy a punto de mostrarte. Te necesito igual que a mí, sin vista, para que puedas comprender lo que hay en el interior de un ciego, en el interior de alguien como yo. No. No digas nada. Espera a que termine. ¿Tienes sed? Me imagino que tienes sed, déjame servirte algo. Quiero que después de esto te vengas a vivir conmigo, a mi casa, que te cases conmigo, pero no, no respondas en este momento, piénsalo, aunque debo decirte que no soportaría otro rechazo, no, señorita, no lo soportaría. Por eso te pido que me escuches, hasta el final. Quiero que me comprendas y no me juzgues mal por lo que he hecho.

Un momento. ¿Estas ciego? Yo no sabía que eras ciego.

Yo no sabía que aparte de gorda podías ser tan idiota. Perdón. No quise decir eso. Es que estoy muy nervioso ¿sabes? Hoy es una noche muy importante y no quiero que nada salga mal. Tienes unas manos muy suaves. Tu cabello es muy bonito. Me gustas, nena. Perdón. Ya no sé ni lo que digo.

No tiene importancia. Me han dicho cosas peores. ¿Qué es lo que me ibas a enseñar? Ya, levántate.

¿Qué sentirías si el amor de tu vida, aquél a quién has amado durante meses, va a hacer su vida con otra persona?

Momento.

¿Qué sentirías de pensar que esa otra persona seguramente la ama y la respeta mucho más de lo que tú tal vez no llegaste a hacerlo nunca?

Un momento por favor.

¿Qué sentirías? Dime. Dime porque yo ya no soporto lo que estoy sintiendo. Duele mucho. Y todo porque soy ciego. Le daba asco. Lo sé. La amé tanto y ahora tengo que destruirla. Maldita mi ceguera. Maldita mil veces. Maldita. Espero que sepas entender. Se va a casar con otro, y es malo lo que he hecho. Muy malo. Ahora déjame quitarte esto de los ojos.

Dios.

Quiero que cuando la veas, no grites. No lo soportaría.

Dios, no.

Quiero que te portes bien, nena. Si lo haces, prometo soltarte.

Dios mío. Muñeco, no ¿Qué es lo que has hecho? No.

Te dije que no quería que gritaras. Eso es. Así está mejor.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Ejercicio autobiográfico número dos


No me gusta quedarme en silencio porque es en esos momentos cuando me pongo a pensar en ella. Pienso en qué se habrá hecho, en qué estará haciendo, en que ojalá tenga una vida mucho mejor que la mía. Y pienso que hay cosas mucho peores que guardar silencio y pensar en ella. Al menos ahora lo sé. Hay cosas peores que tenerla todo el tiempo en mi memoria.

Hola, dijo ella con una sonrisa.

Hola, le contesté sin apenas dar crédito a lo que veía.

Han pasado muchos años. Qué gusto volver a verte.

Me acerqué a darle la mano y el recuerdo de la última noche que pasamos juntos me golpeó como un automóvil a toda velocidad. Recordé esa noche en la casa de Cuernavaca, haciéndonos el amor como dos salvajes, comiéndonos el cuerpo a besos, acariciándonos furiosamente. Recordé la manera en que ella dijo que me amaba como nunca antes había amado a nadie, como nunca volvería a amar a ningún otro. Recordé la manera en que me dijo que teníamos que dejar de vernos. Te amo tanto que no quiero dejar nunca de hacerlo, dijo mientras se abrazaba a mi espalda, y sé que si seguimos juntos pronto comenzaré a odiarte, lo sé, siempre he sido así, y no quiero hacerte eso, es mejor que terminemos hoy. Entonces me di la vuelta y me acerqué a oler su cabello, a pasar mi lengua por sus dedos, a decirle adiós de la única manera en que podía hacerlo. Nunca le dije que se quedara conmigo, no le rogué, no podría haberlo hecho, yo también quería seguirla amando como la amaba en ese momento. Quería seguirla recordando así. Esa noche estuvimos juntos hasta que los primeros rayos del sol aparecieron.

Parece que los años no han pasado, dijo. Te ves bien.

Gracias, dije sin dejar de ver al niño que la acompañaba. Tú también.

¿Y a qué te dedicas? Preguntó ella. ¿Lograste convertirte en escritor?

Un poco, dije, sólo escribo lo suficiente como para que me lean unos cuantos. Igual que siempre.

Por lo menos sigues escribiendo, eso me gusta. Te ves bien.

Entonces el niño se me acercó y jaló la orilla de mi chamarra.

Escritor, dijo el niño, quiero que escribas algo bonito para mi mamá.

Me agaché, poniendo mis ojos a la altura de sus ojos. Miré sus labios, el largo de sus pestañas, el color de su cabello, y le dije que no podría escribir nada que fuera más hermoso que su mamá. Que no valía la pena siquiera intentarlo.

Cuando yo sea grande también voy a ser escritor, dijo seriamente, y ya verás que yo si voy a poder escribir algo que sea igual de bonito.

Al escuchar eso sólo pude responderle con una sonrisa. Me acerqué para acariciarle el rostro, mientras su madre nos miraba en silencio, y sentí el viento pasar por el agujero que hay en mi corazón.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Ejercicio autobiográfico número uno

El aroma de los tambores de mi memoria me abofeteó con delicadeza; con la fuerza de un caracol lamiendo la roca, con la suavidad de un rayo partiendo al árbol. El tiempo se detuvo. El pozo de mis recuerdos, vacío desde hace tanto, se llenó en un solo momento, el suficiente como para detener los latidos de mi corazón. Los pajarillos callaron. La tierra dejó de dar vueltas. Me quedé sordo, manco, sin la voluntad para dejar de verla.



Con los dedos de sus pies ella recorría mi espalda, tarareando una canción, llenando el cuarto con su aroma. Afuera, más allá de las ventanas, las luces de la ciudad comenzaban a palpitar. Lo sé. Siempre lo supimos. Nunca dejé de saberlo. Ignoré lo mucho que la amaba. Le dije lo mucho que la necesitaba. Me la bebí completa, me respiró entero, me dijo que me odiaba y que nunca en su vida iba a dejar de pensar en mí. Luego, al terminar, ella se abrazó a mis piernas y se durmió. Al día siguiente metió su amor en una valija y luego la dejó olvidada a la orilla de alguna carretera.



El niño dijo, Escritor, escribe algo bonito para mi mamá, pero yo no pude pensar en nada, sólo escuchar esas caricias que hace tanto se habían ido, respirar el recuerdo de esas noches que ya nunca volvieron. Maldije. Y toqué el rostro del pequeño en silencio.