domingo, 16 de noviembre de 2008

Ejercicio autobiográfico número dos


No me gusta quedarme en silencio porque es en esos momentos cuando me pongo a pensar en ella. Pienso en qué se habrá hecho, en qué estará haciendo, en que ojalá tenga una vida mucho mejor que la mía. Y pienso que hay cosas mucho peores que guardar silencio y pensar en ella. Al menos ahora lo sé. Hay cosas peores que tenerla todo el tiempo en mi memoria.

Hola, dijo ella con una sonrisa.

Hola, le contesté sin apenas dar crédito a lo que veía.

Han pasado muchos años. Qué gusto volver a verte.

Me acerqué a darle la mano y el recuerdo de la última noche que pasamos juntos me golpeó como un automóvil a toda velocidad. Recordé esa noche en la casa de Cuernavaca, haciéndonos el amor como dos salvajes, comiéndonos el cuerpo a besos, acariciándonos furiosamente. Recordé la manera en que ella dijo que me amaba como nunca antes había amado a nadie, como nunca volvería a amar a ningún otro. Recordé la manera en que me dijo que teníamos que dejar de vernos. Te amo tanto que no quiero dejar nunca de hacerlo, dijo mientras se abrazaba a mi espalda, y sé que si seguimos juntos pronto comenzaré a odiarte, lo sé, siempre he sido así, y no quiero hacerte eso, es mejor que terminemos hoy. Entonces me di la vuelta y me acerqué a oler su cabello, a pasar mi lengua por sus dedos, a decirle adiós de la única manera en que podía hacerlo. Nunca le dije que se quedara conmigo, no le rogué, no podría haberlo hecho, yo también quería seguirla amando como la amaba en ese momento. Quería seguirla recordando así. Esa noche estuvimos juntos hasta que los primeros rayos del sol aparecieron.

Parece que los años no han pasado, dijo. Te ves bien.

Gracias, dije sin dejar de ver al niño que la acompañaba. Tú también.

¿Y a qué te dedicas? Preguntó ella. ¿Lograste convertirte en escritor?

Un poco, dije, sólo escribo lo suficiente como para que me lean unos cuantos. Igual que siempre.

Por lo menos sigues escribiendo, eso me gusta. Te ves bien.

Entonces el niño se me acercó y jaló la orilla de mi chamarra.

Escritor, dijo el niño, quiero que escribas algo bonito para mi mamá.

Me agaché, poniendo mis ojos a la altura de sus ojos. Miré sus labios, el largo de sus pestañas, el color de su cabello, y le dije que no podría escribir nada que fuera más hermoso que su mamá. Que no valía la pena siquiera intentarlo.

Cuando yo sea grande también voy a ser escritor, dijo seriamente, y ya verás que yo si voy a poder escribir algo que sea igual de bonito.

Al escuchar eso sólo pude responderle con una sonrisa. Me acerqué para acariciarle el rostro, mientras su madre nos miraba en silencio, y sentí el viento pasar por el agujero que hay en mi corazón.

3 comentarios:

Leo Garvas dijo...

Claro que se suelta un suspiro. La técnica de poner los diálogos así, me recordó a este cuento:

http://mx.geocities.com/neocortex86/batallas.htm

Nada que ver, pero te lo dejo por dato general.

Muy bonito, ya lo puse en el diario de mi hi5.

Eme dijo...

Tierno... :)

Fernando Yacamán dijo...

vientos.