viernes, 21 de septiembre de 2007

PEQUEÑAS LECCIONES DE VUELO

-Mamá, mamá ¿Los hombres pueden volar?

-No- dije- no pueden. Si Dios hubiera querido que los hombres volaran, nos hubiera dado alas ¿no crees?

El pequeño guarda silencio, se lleva un dedo a la boca y da media vuelta.

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Sentada a la orilla de la cama, María juega con su revólver. Pone el ojo al otro extremo del cañón y mira. Siente el peso del arma en la mano. La habitación huele a naranjas.

-¿Todo bien?- pregunta la voz al otro lado de la puerta-.

-Todo bien- dice ella, colocándose el cañón en la boca-.

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La niña con el disfraz de mariposa es la única que baila a la mitad del patio. Da vueltas y canta, tocando a todos en la cabeza con su varita de cristal. Sonríe. El sol se refleja en su pequeña corona. Baila hasta que la música deja de sonar.

Después, los aplausos...

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El sonido del avión al pasar sobre su cabeza fue lo que más lo impresionó. El viento queriéndole arrancar el papalote de las manos.

El niño mira el avión hasta que éste se eleva muy alto y desaparece en el horizonte.

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Ella lo abraza, acariciándole la cabeza. Las sábanas se sienten tibias; la casa huele a café y pan tostado. Ella lo abraza y lo besa mientras en la televisión pasan un noticiero. La imagen de una anciana muerta llena la pantalla.

-Te amo, bebé- dice ella-.

Él sonríe y vuelve a recargar la cabeza entre sus senos, recordando cuando era pequeño.

Se duerme.

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El agua de limón le gusta dulce, aunque no tanto como para empalagarlo. Le gustan en especial los limones de julio porque son los mejores limones del año; ni tan ácidos ni tan insípidos. También le gusta el sonido que hacen los hielos al dar vueltas y chocar con las paredes de la jarra de cristal.

Para él, esto es como beberse completo un sueño.

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Él toma al otro jovencito de la mano y juntos miran los fuegos artificiales reventando en el cielo. Siempre han estado juntos, desde que ambos tenían siete años.

Miran las cascadas de colores y humo que pintan el cielo, recuerdan el momento en que decidieron venir juntos a ésta ciudad. La gente a su alrededor grita y aplaude al mirar las luces. Y el viento sopla, trayéndoles el olor a pólvora.

-No me dejes nunca- dice él, suavecito-.

-Te lo juro- contesta el otro, apretándole la mano-.

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La voz del sacerdote rebota con fuerza en las paredes del templo, llenando todo el espacio vacío hasta el techo, enterrándose profundo en el pecho de Guadalupe.

Ella sujeta con firmeza su rosario y se acomoda el pañuelo sobre la cabeza. Reza un Padre Nuestro. Al final de la misa se acerca a dejarle una veladora a San Judas Tadeo.

El sacerdote se despide de la gente a la salida, les sonríe, acaricia la cabeza de los chiquillos. Guadalupe se acerca en silencio y toca su mano, la besa. Luego, ambos se quedan mirando dentro de los ojos del otro durante un largo rato.

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Alberto se sujeta con fuerza al volante mientras el auto da vueltas por el aire. Sabe que vio al otro auto, al que lo golpeó, pero no puede recordar de qué color era, tampoco puede recordar haber escuchado el golpe.

Había sido sólo un segundo cuando el mundo de pronto se puso de cabeza, sin orden, y su cuerpo había comenzado a retorcerse dentro del auto como un pez que lucha contra la corriente. Aún no hay dolor, pero de alguna forma sabe que dentro de poco lo habrá. Y mucho.

Alberto cierra los ojos y después de unos segundos por fin escucha el sonido del golpe y el metal doblándose.

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Anita baja corriendo las escaleras y se arroja a los pies del árbol de navidad. Busca entre las cajas alguna que tenga su nombre. Nadie más que ella está despierta en toda la casa.

Por fin reconoce una "A" y una "ene" y una "comosellame" en la tarjeta. Así comienza su nombre, lo sabe. El aire abandona sus pulmones cuando pone las manos sobre la brillante envoltura. Arranca el moño casi con desesperación.

Se detiene un segundo a mirar el contenido. Mira esos rizos dorados y ese vestido azul marino. Luego aprieta la caja contra su pecho.

-Te voy a llamar... Preciosa- dice casi en un susurro-.

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-Papá, Papá ¿los hombres pueden volar?

-Claro- dije, levantando la vista del periódico matutino-. Si lo han deseado con mucha fuerza y se han portado bien, claro que pueden.

-Pero...¿cómo si no tenemos alas?

-Hay muchas maneras de volar- contesté-.

El pequeño guarda silencio, se lleva un dedo a la boca y luego se da media vuelta.

1 comentario:

Sierra dijo...

Hacía tiempo que no quedaba impresionado por un texto.