miércoles, 5 de septiembre de 2007

GENERACIÓN X

Nihilismo. Autodestrucción. La sensación de no pertenecer a nada ni a nadie. Falta de temor a Dios. Sin respeto a los padres. Sin confianza en las instituciones. Miedo a los compromisos. Crisis económica. Comida transgénica. Sida. Drogas químicas. Inseguridad. Desordenes alimenticios. Culto al cuerpo. Hollywood. Educados por el televisor. Juegos de video. Tarjetas de crédito. Internet. Microsoft. Violencia intrafamiliar. Desastres naturales. Coca Cola. Mc Donalds. Teléfonos celulares. Sobre-educados. Faltos de valores. Sin amor. Sin dinero. Sin futuro. Puta Generación X.

Soy lo suficientemente viejo como para recordar el terremoto del 85, saber en dónde estaba en ese momento, pero también soy lo suficientemente joven como para que eso me importe un carajo. Soy lo suficientemente viejo como para haber visto demasiadas caricaturas, pero no lo suficientemente joven como para que me gusten los Power Rangers. Recuerdo el suicidio de Kurt Cobain, pero me vale madre que Elvis también lo hubiera hecho antes. Me gusta leer a Hemingway, pero creo que sus libros son del siglo pasado. Los Beatles son algo que escuchan mis papás, y Rocío Durcal es una tipa que sale en las películas del canal 2, ese que nunca veo.

Soy como una partícula de polvo que es arrastrada por el viento. No sé para dónde voy, ni tampoco de dónde vengo. Crecí pensando que valgo tanto como lo que traigo puesto. Que pagar una hipoteca es algo normal. Que los policías corruptos están en lo correcto. Que la paz mundial es sólo el sueño de algún hipie drogadicto y desnudo tumbado panza arriba. Ni siquiera sé como es que llegué hasta la edad que tengo.

Siempre critiqué a mi padre por hacer del mundo una porquería. ¿Esta es la tierra que soñaban los estudiantes del 68? ¡A la mierda! Que bueno que los mataron. En la actualidad estamos siendo gobernados por ellos, por los que lucharon, por los que llevan tatuado en la frente la cursi frase de “el 2 de octubre no se olvida”. ¿Y qué es lo que tenemos? Una deuda externa imposible pagar. Dependencia financiera. Sumisión hacia un gobierno extranjero. Segregación. Falta de trabajo. Devaluación. Leyes ineficientes. Gobierno demagógico. Crecimiento demográfico incontrolable. Huelgas. Impuestos altos. Políticos coruptos. Miseria.

En un tiempo ellos mismos eran los que clamaban que “los jóvenes harían el cambio”. ¿Cuáles jóvenes? ¿Los de su generación? ¿Los de la siguiente? ¿Los de mil después? Ellos nos han dado una gran lección: Los jóvenes no pueden hacer la diferencia, son demasiado flojos e inexpertos. Lo aprendí de mi padre.

Ellos soñaban con trabajos de cinco días a la semana, cinco horas por día. Por eso estamos como estamos. El tiempo no les alcanzaba, ni les importaba que les alcanzara. Sólo querían cobrar su salario y salir a revolcarse con alguna prostituta, a ellas quedarse solas en casa para recibir a su amante. El fin de semana salir a jugar barajas o canasta, tal vez.

Ahora nos han dejado toda su mierda. ¿Quieren que nosotros la limpiemos? No lo creo; ni siquiera se tomaron el tiempo de enseñarnos cómo hacerlo. Pero si eso no fuera poco, se siguen empeñando en volver de este planeta un basurero. El hoyo en la capa de ozono cada día es más grande, y a ellos no les importa el protocolo de Kyoto. Pues vayámonos todos a la chingada. No pienso hacer nada por ellos. ellos son el enemigo.

Mi cuerpo es una gran máquina de odio. La violencia no me asusta, me aburre. Soy capaz de más destrucción de la que ellos son capaces de imaginar. Puedo cruzar los inmensos océanos de dolor y ni siquiera darme cuenta de haberlo hecho. Crecí con la marca de un cinturón sobre la espalda.

Catolicismo. Budismo. Protestantismo. Testigos de Jehová. Hare Krishnas. Nadie me ha podido dar lo que busco. Todos me prometen tranquilidad espiritual, alegría interna, un sendero para llevar una vida exitosa. Todos me han fallado. ¿Acaso la búsqueda espiritual es otra de las características de mi generación?

Tal vez soy de la religión Samsung, que tiene su sinagoga adentro de un centro comercial. En la que se imparten sermones de Epson y Levi´s, de Gucci y Nike. En donde el sacerdote es Antonio Banderas y su monagillo Brad Pitt. En que las monjas son Paulina Rubio y Britney Spears. Donde se cantan canciones de Soda Stereo y los Hombres G. De U2 y Michael Jackson. En los misales aparecen fotografias de Heidi Klum y Anna Kournikova. Nuestro salvador es el Gran Hermano.

Ya ni siquiera sé cuales son mis pensamientos y cuales los de los demás. Ya no sé cuales son mis metas y cuales son las que me han dictado mis padres. No sé si soy feliz con una cuenta en el banco y un trabajo medianamente pagado. Ni siquiera sé si me hice abogado porque quería o porque mis amigos me empujaron a hacerlo. No sé si como hamburguesas porque eso es lo único que venden en la esquina o porque me da flojera preparar mi propia comida. No sé si soy producto de mis deseos o de lo que los demás han querido hacer conmigo. Ni siquiera mi propio nombre lo escogí.

Vivo en el planeta Chrysler esquina Chevrolet, con una estupenda vista a las zonas marginadas de Nezahualcoyotl. El centro de mi universo es una chica que ni siquiera sabe que existo, y que se pinta el cabello cada quince días. El diario de mi vida está escrito en los catálogos del Price Shoes. Y seguramente mi epitafio dirá; “Deudor Nº 4455-0001-8542-2355”.

No sé cómo justificar mi vida, no sé como he llegado hasta el día de hoy. Ahora que te estoy platicando, seguramente pensarás que no hablo de mí, que estoy tratando de eludir tus preguntas. Pero no es cierto. Sabes que no es cierto. Aunque estoy seguro que tú tampoco sabes si estoy hablando de ti o de mí. O de cualquiera que conozcamos.

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