lunes, 13 de octubre de 2008

La espera


Mi hermano dice que ésta noche no vendrán los Unga-Chaka; que no lo harán mientras no nos quitemos los cascos que nos hacen invisibles. Por eso nos escondemos bajo la cama. Mi hermano sabe de esto. Los Unga-Chaka son del tamaño de un refrigerador, peludos como perros, y siempre llevan en la mano una lanza con la que pican la cabeza de los niños. Cavernícolas. Mi hermano dice que lo hacen para que dejen de gustarnos las hamburguesas. Yo sé que tiene razón.

Vi a mi primer Unga-Chaka la noche en que terminamos de ver la película del Monstruo. Lo vi en la calle, entre las ramas de un árbol, agachado, esperando a que me fuera a dormir. Esa noche, por más que me tapé con las cobijas y recé unos padres nuestros, no pude hacer nada para que se fuera. Mi hermano dice que los Unga-Chakas son un poco tontos, que metiéndonos debajo de la cama y aguantando un momento la respiración dejan de buscarnos. Él sabe mucho; él me enseñó a construir los cascos para ser invisibles.

Hicimos los cascos con un colador de plástico y unas cuantas antenas de carritos. Usarlos es peligroso, así que debemos llevar siempre lentes oscuros y un par de guantes de tela. Guardar silencio. Construimos uno para el Romel y otro para la Bola de Pelo. Le hicimos uno también a mamá. Lo que aún no resolvemos es cómo hacérselo también al pez beta que duerme bajo la repisa.

Mi hermano se sienta en el piso, sosteniendo una lámpara en la mano, y mientras alumbra las telarañas que hay en el techo me pregunta si sé cuál es el nombre del hermano feo de Einstein. Yo le digo que no sé cómo se llama el hermano feo de Einstein, y él me contesta que se llama Frank-Einstein. Los dos nos reímos mientras mamá llora calladita en un rincón de la casa.

*

Antes podíamos ver la televisión, pero ahora no porque no tenemos luz. Mamá ya no puede cocinar las cosas que cocinaba antes, así que hemos tenido que comer atún por casi dos días. Antes me gustaba el atún, pero ya me estoy comenzando a cansar. Ella dice que cuando salgamos de esta nos llevará a comer hamburguesas.

Por la noche no puedo dormir. Mi hermano me pregunta que si me pasa algo y yo le pregunto que cuándo dejarán de tronar los cuetes en la calle, que si en algún momento va a dejar de temblar. Él me dice que esos no son cuetes, y que la tierra no tiembla a causa de un terremoto. Me dice que si mejor me cuenta una historia. Le digo que una de monstruos, porque esas son mis favoritas.

Cuando no está cocinando o arreglando lo que queda de la casa, mamá escucha la radio. La escucha muy bajito, pegando la oreja a la bocina. En ocasiones me pide que guarde silencio. A mí no me importa lo que ella escucha; me aburren las noticias. Yo prefiero pisotear cucarachas o buscar sitios para esconderme de los Unga-Chakas. El Romel es quien siempre va conmigo. Nos ponemos nuestros cascos, los guantes y los lentes, y subimos a la azotea.

Al salir de las escalera espero ver la copa de los árboles meciéndose y luego la punta de los edificios. Ver el cielo azul y las nubes. Ver la cúpula del Monumento a la Revolución y el horizonte lleno de los edificios de Reforma. Eso es lo que me gusta de subir a la azotea. Sentarme sobre las jaulas y mirar la ciudad hasta que el sol desaparece. Pero hoy ya no hay nada de eso. Nada está en donde se supone que debe estar.

En su lugar veo columnas de humo que nacen en el suelo y se elevan hasta lo más alto del cielo. Fuego por todas partes. De los edificios ya nada queda. Me limpio los lentes con el brazo mientras respiro el aire que me pica en la nariz. Romel se tira al suelo y se tapa el rostro con las patas. A lo lejos veo un montón de aviones y helicópteros que dan vueltas alrededor de una criatura de color negro. Es como una lagartija enorme que se arrastra en medio de la destrucción. Como un dinosaurio, sólo que más extraño.

Eso es lo que trajeron los Unga-Chakas, dice mi hermano sin quitarse el casco para ser invisible. Es como el horror cósmico de los cuentos.

*

La noche que construimos los cascos fue la misma noche del apagón. Desde entonces la luz no ha regresado, igual que papá. Los que sí han vuelto, y muchas veces, son los Unga-Chakas, pero ya no les tengo miedo.

Hoy por la mañana la Bola de pelo se fue de casa. Yo digo que se cansó de tanto comer atún con galletas. Mi hermano dice que el gato ya no regresará y que nosotros deberíamos hacer lo mismo, pero mamá lo calla diciendo que debemos esperar hasta que regrese papá.

Han pasado muchas horas y él no llega. Ya debería haber vuelto del trabajo. Yo ya quiero comer una hamburguesa y tomar una coca. O dos. Mamá dice que sólo cuando papá regrese nos la va a comprar. Pero ahora no. Que no podemos salir.

Mientras encendemos una veladora en medio de la oscuridad, mi hermano me pregunta si sé cómo estornuda un pez. Yo le digo que no sé cómo estornuda un pez. Y él me dice; Pues ah... ah... ah... atúnnnnn. Nos reímos, pero yo ya casi no tengo ganas de reír; y mamá... mamá ya casi no puede seguir llorando.

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