lunes, 7 de julio de 2008

Mientras intento leer

Intento leer, pero no puedo. Un sonido no me deja hacerlo. Es algo parecido a un clac-clac que me resulta familiar pero que nunca antes había escuchado en el metro. Y el tren se tambalea mientras recorre el túnel. La gente se apretuja y se mueve en el vaivén. Llevo mi libro sujeto con la mano izquierda, frente a mí, mientras me sostengo de un tubo con la derecha. Intento leer, pero no puedo.

Clac-clac.

Me concentro en la hoja número 199 pero las letras brincan de un lado para otro, como venados perseguidos. Brincan y se escapan de mi vista. No sé qué es lo que estoy leyendo. Esto casi nunca me sucede, ni cuando escucho a los niños gritar por toda la casa. Pero es que ese sonido, que no alcanzo a recordar en dónde lo he escuchado antes, se me mete en la cabeza y me patea el cerebro. Aprieto los dientes pero nomás no me puedo concentrar. Entorno los ojos. Los entrecierro. El ruido me trae de vuelta. Me revienta.

Giro la cabeza y busco. Veo hombres con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia enfrente. Hombres de saco y corbata cargando portafolio. La secretaria que se pinta los labios y se enchina las pestañas. Gente que se ignora. El calor. El hombre que mira su reloj y hace una mueca porque sabe que hoy va a llegar tarde.

Clac.

Clac-clac.

Maldita sea.

El metro frena y alguien me empuja el hombro. Casi suelto el libro. Volteo a verlo y se disculpa. Luego nos quedamos en silencio. A lo lejos, por el túnel, se escucha que viene el otro tren en sentido contrario. Se escucha su pitido. Pasa a toda velocidad agitando el aire, indiferente. Desaparece y nosotros volvemos a nuestra marcha. Intento volver a leer. Las letras se apaciguan. Regresa el vaivén subterráneo.

Juro que me gustaría golpearlo. Vomitarle encima y golpearlo con fuerza en medio de la cara. Está justo a mi espalda, lo miro al darme la vuelta. Lleva puesta una gorra con visera desgastada y sudadera roja con capucha. Pantalones holgados y tenis enormes, como de caricatura. Parece que estuviera sentado en la sala de su casa, ignorándonos a todos, cómodo, con un cortaúñas en las manos.

Clac.

Verlo es como si me metieran la mano por la boca y me apretaran el estómago con fuerza. Pocas cosas en el mundo me dan asco, pero ver los trozos de uña volar, caer sobre su pantalón y el suelo, imaginar sus uñas llenas de tierra y con olor a pies, me causa un espasmo. Los hombros se me encogen. Quiero salir corriendo. Quiero golpearlo. Maldición.

Aparto la vista y me doy cuenta que no soy el único. Una mujer, atraída igual que yo por el sonido, no deja de mirar al tipo. Frunce el ceño. Niega con la cabeza. Por un segundo me da la impresión de que ella también quiere vomitar. Apenas va en el segundo dedo.

Me doy la vuelta e intento regresar a la lectura. Las letras se apaciguan poco a poco. Si me concentro puedo leer “Él tiene los ojos abiertos y yo, aunque estoy escribiendo, los tengo cerrados. Tengo los ojos cerrados para ser capaz de ver” pero el sonido me trae de vuelta, como el anzuelo curvo y puntiagudo que agarra a un pez. Tengo ganas de decirle que deje de hacerlo, que se puede ser puerco pero no cochino, más con sólo mirarlo sé que no le va a importar.

Antes, a la gente le preocupaba lo que los otros pudieran decir y pensar de ellos. Las mujeres salían de casa limpias y maquilladas, los hombres con la camisa bien planchada y los zapatos boleados. Ahora eso poco importa. Ni siquiera se lavan los dientes o se rasuran. No les importa irse cortando las uñas a la mitad de un vagón repleto de personas. Y nosotros que los dejamos.

El viento zumba en el túnel. Me muevo casi hipnóticamente de atrás para adelante. Intento leer, pero no puedo. Me rindo. Cierro el libro, alzo la vista y me doy cuenta que el camino al trabajo aún es largo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

LEYENDOTE

Es un día normal como cualquier otro viernes. Entro a trabajar a las 22:00, como siempre comento las novedades con las compañeras y nos echamos unas risillas. Ellas se van y me quedo sola leyendo el libro de incidencias esperando que mi compañero llegue.
Más tarde siento la voz de Maruca con lo que advierto que mi compañero ya ha llegado, son las 22:30, nos saludamos y hablamos un poco, luego recojo todos mis bártulos de enfermería y me los llevo al office de los auxiliares, una vez allí me conecto a internet y cojo mis libros de anatomía. Nunca pensé que estudiar para masajista fuese muy duro, pero es mi reto.

Me pongo a buscar aportes, apuntes y libros de anatomía y por casualidad veo un blog llamado: “Relatos del último vaquero”.

Me encanta la primera historia que leo y continuo leyendo alternando mi trabajo con la lectura, cada vez corro más en mi trabajo para poder sentarme delante del ordenador y seguir leyendo.

Me quedo tan enganchada a la lectura como si fuese un libro tan deseado que no paras de leer y que siempre te lo llevas a todas partes para leerlo, con la diferencia de que no es un libro lo que tengo entre mis manos sino la pantalla del portátil.

Como escribe, parece que voy a seguir enganchada a su lectura, a la porra los estudios por un día, al menos me encanta esta lectura y los músculos ya cansan.

Veo su perfil y dice que él es escritor, no me extraña que lo sea pues posee una delicada y maravillosa forma de escribir que muy pocos escritores (para mi gusto) poseen….

Esperare a ver si escribe una novela o algo parecido, mientras tanto, mis oscuras noches en la residencia se van a acabar pues ya tengo algo lindo en que entretenerme en mis horas muertas……

Con amor desde Las Islas Canarias. Sigue escribiendo para yo poder seguir leyéndote. Besos.

Cucaracha Amarilla (Vladimir Poliakov) dijo...

Chaval, te descubrí hace tiempo gracias a M, y durante un tiempo olvide tu existencia. Pero hoy recordé tu relato de "hambre", y se establecio una especie de círculo concentrico, como entras sales, pero algo se queda dentro y te destruye, como un viento suave en el día más frio de diciembre. Y a leer este último relato igual. Extactamente la misma impreison que tu primer relato, que ya comenté.

Aplausos y alabanzas. Le estoy observando.