jueves, 13 de agosto de 2009

Me gustan las chicas que lloran

Lo primero que pensé al ver el cañón del arma que me apuntaba directamente al pecho fué ¿qué tan fuerte sonará el disparo? Sé que suena un poco loco, pero yo siempre he sido un tipo loco, de otra forma no me hubiera metido en el problema en que ya estaba metido. El sol entra con fuerza en la habitación, la mujer me apunta con su pulso tembloroso y yo lo único en que puedo pensar es en el tremendo sonido que seguramente hará el revólver cuando ella apriete el gatillo y en lo roja que se verá mi sangre sobre las paredes blancas recién pintadas. Como ya dije, tal vez no sea yo una persona normal. De hecho no soy una persona normal.

El rostro de ella, con el rimel negro cayendole por las mejillas y el lapiz lábial regado por su boca, me pareció sexy. Tremendamente sexy. Dios. No sé por qué pienso esas cosas en este momento. Seguramente notará que me gusta cuando mi amigo comience a levantarse debajo del calzoncillo. Cuando ella entró, tan de repente, ni siquiera me dio tiempo de ponerme los pantalones. Caramba. Debería estar preocupado. Me está apuntando con un arma y yo sólo pienso en metérsela.

¿Por qué? Me pregunta ella sin dejar de apuntar. ¿Por qué lo hiciste?

Nena... soy hombre y a los hombres nos gustan las nalgas. Cualquier nalga.

La veo y me pregunto cómo se verá su cuerpo desnudo, su piel morena y suave, encima de las sábanas de seda italiana de mi cama. Me gustan sus labios carnosos respirando agitadamente.

Lo sé, me dice, pero ¿por qué con ella?

Porque es más joven que tú.

Ese no es suficiente pretexto para justificar que te hayas metido con mi novia, dijo ella. ¿Por qué lo hiciste, habiendo tantas otras que te quieren?

Seguramente nadie escuchará el disparo. Nadie más que yo... aunque tal vez ni eso. Para entrar a la casa hay que atravezar un jardín y después una alberca cuadrada que me costó... no sé, mucho dinero. Yo no sé de eso. No hay nadie en dos kilómetros a la redonda. Ni siquiera comprendo cómo es que ella logró entrar. Caray. Qué bonita se ve cuando llora. Me la está poniendo dura.

¿Acaso no te has dado cuenta que hay otras mujeres que te quieren?

Sí. Me he dado cuenta.

¿Entonces?

¿Entonces qué?

¿Por qué precisamente con ella? ¿No te das cuenta que la amo? Ella es el amor de mi vida y tú...

¿Yo qué?

Afuera los pajaros cantan, brincando de una rama a otra. Es temporada de rosas y el jardinero ha hecho un buen trabajo. Todo el lugar es una mancha verde con botones rojos. Hace calor, sopla el viento fresco, las ramas de los árboles se mecen tranquilamente; es un gran día para morir.

¿Yo qué? Le volví a preguntar.

Yo también te amo, dijo en un sollozo.

Gabriela bajó el arma y se derrumbó de rodillas encima del piso de madera. Me pareció bonita. Nunca antes me había parecido tan bonita. No sé. Me gustan las chicas cuando lloran. Esperé unos momentos viendo cómo se doblaba sobre ella misma, con las manos entre las piernas, respirando con dificultad. Luego me acerqué lentamente, le quité el arma y me acurruqué junto a ella. Toqué su espalda desnuda, suave como una hoja de papel, toqué sus piernas, firmes como el mármol, y la besé en el cuello.

Ella se dio media vuelta, se limpió las lágrimas con la palma de la mano, regando aún más el rimel negro por su rostro, y me preguntó ¿Tú también me amas, muñeco?

Claro que te amo, le mentí. Siempre te he amado, nena.

Y luego la besé.

Foto por: Amiba

1 comentario:

Pachita Rex dijo...
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