miércoles, 3 de septiembre de 2008

DU JOUR

Un cuento de Amy Hempel
Traducción al español por W.





Los primeros tres días son los peores, dijeron, pero han pasado dos semanas y yo sigo esperando que esos primeros tres días terminen.

Un día en el programa, me di cuenta que la única cosa que me hacía inteligente era la nicotina. Ahora no puedo hacer un viaje desde la cama hasta el baño. No puedo encontrar la puerta de salida el cincuenta por ciento de las ocasiones. Mi cabeza es como un balcón roto desde el que caigo cada vez que hablo.

Pero es mejor estar viva y bien y no pensar, que pensar y fumar y estar muerta.

Este es el punto que he alcanzado: Dejé de fumar, o algo parecido. El punto es también: Dejar de fumar o perder mi trabajo.

Preparo sopa en un lugar en el que tienen cincuenta y dos diferentes variedades de ellas. Preparo las cincuenta y dos en un momento o en otro; últimamente sólo hago la especialidad del día. El Mulligatawny y el Senegalés. Son del tipo que puedes saborear por sólo el sonido de sus nombres.

El dueño me llamó un día y me enseñó los tazones que devolvían los clientes. Me dijo, “Es el condimento, nena. La cantidad de pimienta roja”.

Supe que estaba equivocada por esto; tengo que enfrentarlo, es lo que tres cajetillas al día le hacen a tus papilas gustativas. Pero no sé tomar las críticas, así que al siguiente minuto le estaba llorando al Sr. Licalsi.

“¿Y eso qué?” grité. “¡Qué importa! ¡Tampoco les gusta el puto Gazpacho!”

Y el Sr. Licalsi dijo, “Jesús, niña, ¿y con esa boquita comes?”

En ocasiones pierdo la compostura porque no sé qué hacer en lugar de fumar. Estoy ganando peso, desde luego; todos lo hacen. Pero no porque esté comiendo de más o algo por el estilo. Estoy ganando peso porque dejé de toser. Toser era un ejercicio para mí.

Por los problemas de peso fue que conocí a la Sra. Wynn. Ella está en la sección de control de peso del programa, por eso nos topábamos en la báscula semanal. ¿Cómo puedo extrañarla? Ella era fuerte y grande, y siempre vestía una camiseta azul talco con letras del ejército que decían LA VIDA ES INCIERTA-COME EL POSTRE PRIMERO. La escuché explicarle a otra comedora compulsiva cómo las mujeres ganan de la parte superior y pierden de la parte inferior.

La Sra. Wynn y yo comenzamos a platicar por qué las dos estábamos ahí. Me dijo que éste era su primer intento serio de dieta desde que el Metrecal fue introducido en los sesentas. Eso la había fastidiado, dijo, porque no le habían aclarado a una consumidora como ella que el Metrecal era lo que comías en lugar del desayuno y de la cena.

El programa que se monitorea en la clínica está garantizado para dejarte como una vaina rota, dijo, “Como una delgada y rota vaina”.

La Sra. Wynn es cantante en un club de bocadillos. Su esposo es dueño del Club Volare, en donde tres noches a la semana, después de que la banda toca los favoritos italianos, después de que aparecen las bailarinas griegas y los cantantes Bronx/Israelitas, después de que las bailarinas mueven el vientre y ha pasado el solo del interprete del Bousouki, después de la aparición de la multitalentosa chica española y una breve interrupción, la Sra. Wynn canta la canción que grabó en cuatro idiomas diferentes. Ella se vino abajo seis noches a la semana -así como se vienen abajo cinco mil calorías a sólo mil doscientas en un día- desde que le dio un infarto en el verano.

“¿No bromea?” le dije a la Sra. Wynn. “¿Cuatro idiomas?”

“Oh, Dios, no” dijo. “Sólo estoy exagerando para que puedas conocerme más rápido”.

Más allá de eso, la Sra. Wynn también se tomaba Polaroids de sí misma, cada semana en la clínica durante el pasado mes. “Así, cuando llegue a mi peso ideal podrás mirar atrás y ver lo bien que no me veía” explicó.

Le pregunté a la Sra. Wynn por qué comía tanto, y ella hizo la pregunta a un lado. “Toma a cinco siquiatras y tendrás seis opiniones” dijo.

En ocasiones, la Sra. Wynn me llamaba a casa cuando no fumaba. Me llamaba en lugar de comer, de la misma manera en que otras personas llaman a alguien en lugar de tomar un trago. Esas llamadas eran un tipo de conductor de festividades para mí. Cubríamos desde el tostado hasta el horneado, el sorbitol contra el aspartame, los lugares más rugosos, y por qué a nadie puede dejar de gustarle Sara Lee.

La Sra. Wynn me dijo que durante mucho tiempo pensó que la comida que se comía en espacios abiertos no tenía valores calóricos. Dijo que eso era lo bueno de las barbacoas y los picnic. Dijo que ahora que sabe que eso no es así, le asombra de dónde pudo sacar esa idea. Como yo envolviendo cinta adhesiva alrededor del filtro de mis Carlton, para atrapar el humo tóxico que tienen en el interior, haciéndome creer que así tendría menos alquitrán.

La Sra. Wynn es la amiga que necesito. Ella nunca pregunta cómo voy con el cigarro. No es el tipo de experiencia para una fotografía del antes y después.

Cuando alcanzó su peso ideal, la Sra. Wynn me envió una tarjeta con un mensaje escrito a mano. Decía “Cada día llega portando sus regalos. Desata los listones”. Dentro había una nota escrita por la Sra. Wynn; había anexado mi nombre a la lista de invitados del Club Volare.

Cuando los primeros tres días por fin pasaron, recorté un anuncio de una revista de comida. Doscientos dólares y un curso de seis semanas me convertirían en un chef de sushi. Es divertido, es artístico, es... doscientos dólares.

Tiré el anuncio y pensé en ese dicho que la gente siempre dice, como “La vida es dura... y entonces mueres”. A decir verdad, no es así del todo. Eso te muestra lo que ellos saben. La vida es dura, en eso tienen razón. ¿Pero qué hay acerca de esos tres días que son lo peores? Ellos están equivocados en esa parte. Es tu vida... el resto de tu vida es lo peor de todo.

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