miércoles, 10 de septiembre de 2008

Karaoke

No hay nada interesante en mi vida. Prefiero desaparecer, darle lugar a las historias que cuento. Fundirme con las palabras y no existir; que sólo exista la obra. Esa es la esencia de todo.

Un día vas a cenar a tu lugar favorito y lo último que esperas es encontrarte con la chica que hasta hace una semana era tu novia. Ni lo esperas ni lo deseas. Es más, preferirías que una bala te atravesara la frente antes que pensar en algo así. Preferirías primero convertirte en chango antes de creer que eso te pudiera suceder.

Pero te sucede.

Entras del brazo de la única amiga que no te ha abandonado, pides la mesa de siempre pero te dicen que ya está ocupada. Maldita sea. Entonces pides la que está a un lado. Qué importa. La pista está a la misma distancia.

Te sientes tan mal que para esa noche decidiste usar tu mejor traje, la mejor camisa, los mejores zapatos. Te pones ese perfume que te hace sentir guapo. Te engominas el cabello. Llevas el reloj para el que ahorraste más de un mes tu salario. Lo único que importa es ser alguien más, alguien que no seas tú, porque tú te la estás pasando mal. Te sientas y pides un martini Hemingway. Lo pides doble. Si pudieras, también pedirías un arma.

Tu amiga sonríe y te dice que nunca antes había estado ahí, que el lugar le gusta por pequeño, porque se siente tan familiar que dan ganas de quedarse para siempre. Le gustan las sillas pequeñas y las mesas redondas. Le gustan los cacahuates y la forma de los hielos en los vasos. Te dice que algún día volverá con alguno de sus novios.

Entonces la miras. Justo a un lado tuyo, sentada en tu mesa favorita, en el lugar de siempre, bebiendo lo único que sabía beber. Tu ex novia. La escena te parece tan familiar que un frío húmedo te sube por la espalda y te hace temblar. Te quedas sin aliento. El corazón se te para. La música se detiene. Y tú sólo puedes mirar el color de sus labios.

Ella te dice Hola.

Hay silencio.

El último trozo de tu corazón se cae al suelo. Crees que tu cuerpo ya no tiene huesos que lo sostengan. Apenas puedes respirar. Te agarras con fuerza a tu martini.

Dices Hola. Sólo para eso te alcanza la voz.

Hola dice ella.

Hola.

Llevas ebrio tantos días que no sabes si esto es cierto. Miras para un lado y para otro, tocas la mesa, sientes el suelo bajo tus pies. Puedes estar seguro que todo es real. Ella sigue oliendo a naranja.

Qué agradable sorpresa, dices con la mejor frase que puedes sacar de tu baúl de lugares comunes, No pensé encontrarte aquí.

Vine con un amigo, te contesta. Es un buen sitio.

Ah, dices.

Bien, dice ella. Tú qué haces.

También vine con una amiga. Sandra. La conoces.

Sí. Bueno, ahí viene mi amigo. Me dio gusto saludarte.

A mí también.

Nos seguimos viendo.

Nos seguimos viendo.

De pronto tu bebida comienza a saber mal. Tienes ganas de ir al baño y echarla toda afuera, una y otra vez, hasta que el estómago quede vacío. Aún así, finges una sonrisa y no dices nada cuando tu amiga y tu ex novia se saludan. Sólo te echas para atrás, sobre el respaldo de la silla, y enciendes un cigarro.

Hay algo que tus amigos no saben de ti, y eso es que te gusta cantar. Por eso visitas ese sitio todos los viernes, por que tiene una máquina de Karaoke pintada de color rosa y azul. Nadie sabe que cantas, mucho menos que lo haces bien. Es tu pequeño secreto. No te interesa que nadie más lo sepa.

La gente va pasando por turnos y toma el micrófono, escogen la canción que quieren y la interpretan. Generalmente todos les aplauden, aunque lo hagan mal. Eso no importa. Lo que importa es pasarla bien. Y hoy, más que en ningún otro momento, lo que necesitas es pasarla bien. Por eso estás ahí.

Pero no escuchas lo que los otros cantan. Estás metido en tus pensamientos, buscando el fondo de tu vaso, acabándote la cajetilla de tabacos mientras el otro tipo, el que acompaña a tu ex novia, le habla al oído y la hace reír. Quieres que desaparezca.

Te pones de pie, te aflojas la corbata y acomodas tu saco. En un súbito ataque de valor subes al escenario y escoges una canción, esa que dice todo eso que en estos momentos no puedes decir. La escoges pensando en ella. Te paras a la mitad del escenario, con una mano en el bolsillo, y tomas con fuerza el micrófono. Lo acercas a tu boca y las primeras notas comienzan.

Primero ella ni te mira, pero luego no puede apartar sus ojos de ti. Escucha cada una de las palabras que cantas. Escucha, como si estuviera embrujada, hasta que terminas.

Al final regresas a tu lugar. La gente aplaude porque saben que cantaste con el corazón, que lo hiciste como nunca antes lo habías hecho; con todos tus sentimientos. Ella también lo ha notado. Por eso, cuanto te sientas, se acerca a tu oído y te dice suavecito, Espero que puedas llamarme el día de mañana, confío que aún tengas mi número, quiero que platiquemos de algo.

Miras por encima de su hombro al tipo que la viene acompañando. Vuelves a sonreír. Las cosquillas en tu pecho te lo dicen; ya no hay necesidad de otro martini.

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