viernes, 20 de marzo de 2009

Lo que dejamos atrás

Berenice nota que la corbata de su marido está chueca y se acerca para acomodarla. Como todas las mañanas, ella lo ayuda a vestirse antes de que salga para la oficina. Toma la corbata y aprieta suavemente el nudo, luego le arregla las solapas del saco. Él no la mira. Ella se acerca un poco para olerlo por última vez, pero antes de que pueda hacerlo él se da la vuelta.

-¿Vas a desayunar algo?-pregunta ella resignada-. ¿Unos huevos? ¿Un poco de fruta?

-Sólo un jugo, gracias- él se arregla las mangas de la camisa-.

-Bueno- dice ella y sale de la habitación-.

Ya en la cocina saca unas cuantas naranjas del costal y las parte con un cuchillo. Abre la parte alta de los entrepaños y saca el extractor. Lo conecta. Luego exprime una a una, sin prisa, todas las naranjas.

-Mujer ¿has visto mi corbata azul?

-Ya te la llevaste.

-¿Ya? Estaba seguro de haberla dejado aquí. ¿Entonces cuál me queda?

-La gris.

-La gris no combina con este traje.

-No tienes otra.

-Bueno. No importa. Me voy así. ¿Ya está el jugo?

-Toma.

-¿Aún tengo vitaminas?

-Ahí- le señala un mueble de la cocina-.

-Gracias.

Berenice lo mira tomarse el jugo. Mira los largos tragos que da casi sin respirar. Mira la forma en que su manzana de Adán sube y baja con prisa. Lo mira y siente nostalgia. Afuera todo apunta a que será un día soleado.

-¿Pasa algo?

-No. Nada- dice ella-.

-Entonces ¿por qué me miras?

-No te miro. Sólo me quedé pensando.

Berenice toma el vaso, lo enjabona y luego lo enjuaga. Lo pone boca abajo sobre el escurridor. Toma el extractor con ambas manos y antes de colocarlo dentro de la tarja alcanza a mirar su reflejo en una de las orillas metálicas del aparato. Mira sus propios cabellos sucios, sus ojos hinchados, sus labios secos. Y sin darse la vuelta dice:

-¿Ya lo pensaste bien?

-Mujer...

-Quiero saber si ya lo pensaste bien. ¿Es mucho pedir?

-Ya lo pensé bien. No es una decisión apresurada.

Él se pone de pie y camina hasta la sala. Coge su portafolio, lo abre, mete los dedos entre los papeles y luego lo vuelve a cerrar. Se mete la mano a la bolsa y saca un montón de llaveros. Deja uno sobre la mesa de centro. Luego le dice:

-Ya sabes que en la noche vengo por las cosas que me faltan.

Berenice se muerde los labios y contesta:

-Sí, ya lo sé. ¿Cómo podría olvidarlo?

2 comentarios:

Eme dijo...

¡Es que lo cuentas tan bien!
La desolación, lo que ya no tiene arreglo...
Ojalá, de verdad, pudiera escribir como tú.

más que un corazón roto.... dijo...

Hola!!!
Soy la pequeña desolada que conociste en Celaya...
no sabes como me gusta todo lo que escribes!!!
La verdad no me he tomado el tiempo para ver si el libro anda en alguna librería, pero te prometo que lo haré!!!
ahora regresando a mis crisis existenciales...pues te diré, que razón tenías....volvió muy pronto, pero sólo para destrozar mi ya deshecho corazón....
ahora sé bien que no vale la pena...

Ojalá y un día pudieras volver!!!
daré un tour primero para conocer esta ciudad y si vienes, te lo doy a ti....

Saludos....
te dejo mi correo (heartbeat.ale@gmail.com) porque esperaré pacientemente a que me envíes esa carta...
Besos..