jueves, 12 de marzo de 2009

Tarjeta de navidad

Nunca he escuchado que alguien pregunte por una tarjeta de navidad que perdió. Generalmente las tarjetas se pierden. O se olvidan en un baúl. O se extravían dentro de una caja de cartón guardada en el cuarto de servicio. Después de navidad todas las tarjetas se pierden en algún rincón de la mente. No importa, me dice mi madre, el siguiente año vendrán más. Pero yo no tengo un año más, al menos no un año más que desperdiciar. Al menos no éste. Al menos no es lo que quiero.

Mi habitación sólo tiene una cama, un escritorio y un librero. Sobre la pared he colgado un diploma y dos fotografías. Por entre las cortinas se cuela la luz del sol y más allá, bajando la loma, está el resto del mundo. Pero hoy no estoy ahí, sino aquí, sacando uno por uno los libros del librero y abanicándolos sobre la cama. Pasando las hojas con mi pulgar. El polvo que sale me hace estornudar.

Odio los separadores. Nunca los uso. Pero tengo que dejar señalada la hoja en que me he quedado después de leer. Uso cualquier otra cosa para hacerlo menos separadores o dobleces de hojas. Odio todas las páginas dobladas por las esquinas. Prefiero las tarjetas de fut-bol, los flyers que reparten a la salida del metro, Post-its amarillos o calendarios de bolsillo. Nunca utilizo flores disecadas ni billetes enmicados. Sacudo las páginas de los libros y veo caer boletos del metro y listones de colores. Veo caer uno que otro insecto. Veo caer cartas, pero no lo que estoy buscando. Debería de estar por aquí, ¿O no? Sacudo todos los libros y no encuentro nada. Me acuesto en el suelo para pensar. Saco el teléfono de mi bolsillo y marco el número de mi hermano. Me dice que él no la ha visto. Que ni siquiera sabe cómo es. ¿Dónde pude haberla dejado?

Sobre el escritorio de la habitación hay un paquete. Dentro del paquete hay un libro; el que he prometido enviar a Viena. El paquete no tiene destinatario. La dirección está en eso que estoy buscando, en esa postal navideña que no sé dónde he dejado. Cierro los ojos y trato de recordar, pero nada, sólo un profundo color negro. ¿Será ese el color del olvido? No lo creo. Para mí el olvido tiene el color de los ojos de mi padre, quien jamás me ha enviado una tarjeta para navidad.

Para mí, la navidad huele a tu cabello, y hoy siento que he perdido mi navidad. He perdido tu dirección y la necesito de nuevo, por favor. No puedo esperar todo un año para que me la vuelvas a enviar. Quiero cumplir mi palabra.

No hay comentarios: