miércoles, 19 de diciembre de 2007

EL GOLPE MAESTRO

Por la tarde, al llegar a casa, Viridiana deja la mochila a un lado de la puerta y se pasa sin saludar a nadie; no quiere que noten lo que ha hecho.

Camina hasta el jardín y le sirve unas cuantas croquetas al perro, que salta de un lado para otro, ladrando, moviendo la cola sin parar. Viridiana se acerca y le pone el plato cerca de las patas.

Ella permanece en cuclillas escuchándolo morder los trozos de galleta, mirando las estrellas, con las manos metidas entre las piernas. Luego se levanta y sacude sus palmas en el vestido.

Viridiana da una vuelta por el jardín, oliendo el aroma del pasto humedecido, pasando los dedos con suavidad por entre las rosas en botón. Piensa en los hombrecitos de la luna, en las sombras que se escapan, en comprarse un casco de astronauta. Piensa en las palabras que le ha dicho Antonio hoy por la tarde; “No te preocupes, nadie lo va a saber”. Y que luego la abrazó y la besó.

Cierra los ojos antes de entrar a casa, respira hondo y recorre la puerta de vidrio, esperando que nadie sepa lo que hizo.

-Hola, muñeca- dice el Abuelo-. ¿Cómo te fue en la escuela?

-Bien- contesta ella-. Bien –e intenta no temblar-.

-Ya está lista la cena- dice Mamá desde el otro lado del pasillo-. Vayan sentándose.

Las piernas de Viridiana le hormiguean, ni siquiera ha notado el olor a huevos ahogados y frijoles. Tampoco ha notado el olor a pan tostado y mantequilla. Camina hacia el comedor y siente que lo hace con lentitud, como si alguien le estuviera deteniendo el cuerpo, como si estuviera caminando en el fondo de una piscina llena de lodo.

-¿Pasa algo?- dice Papá.

-No, nada- contesta ella-. No pasa nada.

Las sillas se arrastran, los platos y cubiertos son chocados entre sí, el agua cae dentro de los vasos. Pero Viridiana sólo escucha el sonido de sus dientes al castañear, y el tic-tac del viejo cucú al otro lado de la habitación. Mantiene la mirada fija en el mantel. Piensa en Antonio, en lo que hicieron.

Mamá la mira entrecerrando los ojos, con el tenedor a medio camino, y dice:

-Tú tienes algo.

-¿Yo?

Viridiana tiembla un poco y le da miedo pensar que alguien lo pueda notar. Todos en la mesa tienen los ojos puestos en ella.

-Claro. No has tocado tu cena.

Eso.

-Es que... un amigo me invitó unos tacos al salir de la escuela. No tengo hambre- el corazón de Viridiana da brincos.

-Pues me hubieras dicho eso antes. Si quieres, puedes irte.

-Gracias mamá. Permiso. Buenas noches a todos.

Y aguanta la respiración hasta tomar de nuevo su mochila y llegar a las escaleras.

Mientras sube a su cuarto siente que los colores le regresan, que puede volver a la vida. La sensación de asfixia comienza a abandonarla. Nadie ha notado nada, o al menos eso espera. Se ha salido con la suya. Viridiana aprieta las piernas y sonríe.

Cierra la puerta de su habitación y pone el seguro. Tira la mochila a un lado. Luego se quita el vestido y la ropa interior. Se mete al baño y prende la regadera. Se detiene a escuchar el sonido de su corazón calmándose. Y vuelve a pensar en las palabras de Antonio.

Antonio...

Se mete a la regadera y el agua desciende por su cuerpo, relajándola mientras se limpia con el jabón. Sabe que después de esto ya no quedará nada que la pueda delatar. Ya nadie se dará cuenta que lo ha hecho. Ni mamá. Dieron el golpe maestro. Todo ha salido según lo planeado.

Espera mañana no arrepentirse de lo que ha hecho.

Sale de la regadera y se seca el cabello, se pone el pijama de franela y deja prendida la luz de su lámpara de cabecera. Abre uno de los cajones y saca una pastilla, se la toma, y después saca un cuaderno y un lápiz. Se acuesta boca abajo, moviendo los pies en el aire. Piensa en ese momento inmortal, en comprarse un traje de astronauta. Y escribe hasta quedarse dormida.

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