lunes, 3 de diciembre de 2007

LOS CAMPOS VACÍOS QUE LLEGAN HASTA EL INFINITO

El fondo del retrete. Rojo. Lo sé porque puedo verlo de cerca. Estoy vomitando sangre. Roja y espesa sangre. Me llevo la mano al estómago y siento una nueva arcada, me doblo, dejo que todo salga. Maldito Sansón hijo de perra.

Rosario, mi cuñado y yo estábamos sentados a la orilla de la puerta, mirando el campo iluminado por la luz de la luna, cuando los disparos comenzaron.

El primero se escuchó lejos, como cuando escuchas las fiestas del pueblo desde un cerro. Sólo un tronido y el eco, luego uno de los cristales reventó.

-Maldita sea- dijo mi cuñado tapándose la cabeza-.

Tomé por la mano a Rosario y le pedí que entrara a la casa. Luego otro disparo, y otro. Uno rompió el foco de la entrada, el otro se clavó en la pared.

-Qué pasa?

-Ni idea... ¿Tienes un arma?- dije-.

-Arriba, en la habitación. Gloria sabe donde está.

-Ningún hijueputa me dispara así, nomás porque sí.

Adentro estaban todos en el suelo, algunos bajo la escalera, otros detrás del librero, algunos escondidos en la cocina. Rosario les había dicho que lo hicieran. Afuera los disparos seguían. Le pedí a mi hermana que trajera el arma.

Cristina y Susana estaban bajo la mesa, tomadas de la mano, apretando los labios y conteniendo una lágrima. Los demás también se habían ocultado. Corrí hasta las escaleras y le quité a Gloria el arma de las manos.

-Ahora busca un lugar en donde esconderte. Yo arreglo esto.

Hasta ese momento no había notado las luces del automóvil que se acercaba por el camino. Salí por la puerta de atrás dando un rodeo, agachándome para que nadie me viera.

-Raúl. Sal a dar la cara- gritaba desde la oscuridad una voz que no conocía-.

Forzando la vista alcancé a distinguir dos siluetas. Personas con brazos que apenas les llegaban a la altura de la cintura y piernas gordas y cortas. Ambos caminando hacia la casa, tambaleándose. Pequeños. Uno de ellos llevaba un arma en la mano.

Revisé el barril del revólver. Tenía cinco tiros. Tres más de los que necesitaba. Mala suerte para ellos.

-¿Dónde estás, hijo de puerca?- gritó el enano del arma-.

Raúl, mi cuñado, es un buen tipo, pero la gente con la que suele rodearse no lo es tanto.

-¿Sansón? ¿Eres tú?- gritó Raúl-.

Mientras estaba recargado en la pared sentí unos dedos que me tocaban el hombro. Di la vuelta y miré el rostro de mi hermana. Solté un suspiro llevándome una mano al pecho. Casi le pego un tiro.

-¿Conocen a ese tipo?- le pregunté después de recuperar el aliento-.

-Es Sansón- dice mi hermana-. Era el chef de “La Mentirosa”. Lo despedimos ayer.

-¿Por qué lo despidieron?

-Porque era un completo dictador con los meseros. Un Hitlersito. Nadie lo quiere. Mira nomás cómo viene. Está loco.

-¿Te importa si le meto un tiro?

-La verdad no, pero no quiero tener problemas. Es el día de mi boda.

Cada vez podía distinguir mejor a los dos enanos. Ambos traían pantalones de mezclilla y chamarras de cuero; sombrero y playeras blancas. Completamente ebrios. Arriba, las estrellas y la luna iluminaban el campo y la casa, mis ojos ya se habían acostumbrado a la noche.

-Ahora sí, cabrón. Vengo a que repitas todo lo que me dijiste ayer-dijo Sansón-.

-¿Qué te pasa, imbecil? ¿Te das cuenta de lo que haces?- contestó mi cuñado-.

Me acerqué por la parte de atrás, sin hacer ruido, escondiéndome entre los automóviles. Pude ver a los dos enanos a unos cuantos metros. Pude ver a mi cuñado escondido detrás de uno de los pilares. Pude ver a varios de mis amigos asomar de forma temerosa la cabeza por las ventanas.

-Nadie humilla a Sansón y se va tan feliz a su casa- disparó al aire, tambaleándose-.

Ese maldito complejo de inferioridad que tienen algunas personas...

Me acerqué despacio, conteniendo la respiración, y le clavé la pistola en la oreja al otro enano.

-¿Matar a un tipo como tú es pecado o es sólo medio pecado?- le dije al oído, apretando los dientes-.

-Sansón, ayúdame- temblaba el pequeñín-. Yo te dije que no viniéramos.

-Le hubieras hecho caso a tu amigo, Sansón- dije-.

Sansón se dio la vuelta y alcancé a leer la leyenda en su camiseta; “Nueve de cada diez mexicanos son más feos que yo, nena”. Miré el arma que traía en una mano y la botella que traía en la otra.

-De dónde salieron ustedes, de un circo?- pregunté-.

Sansón me apuntó y disparó.

Clic.

Clic-clic.

-Ja. El tonto se quedó sin balas- dijo mi cuñado saliendo de su escondite, corriendo en nuestra dirección con el puño arriba-.

-Espera, espera- dijo Sansón cubriéndose la cabeza con sus manitas-. No me lastimes.

-Hijo de puta. Mira el susto que nos metiste. Pudiste lastimar a alguien- lo tomó por los cabellos, dándole la vuelta-.

-Discúlpeme, patrón. Usted sabe que no era mi intención.

-¿Te das cuenta que estás arruinando mi boda?

-¿Boda?- preguntó Sansón- Yo no sabía que hoy era su boda.

-Lo sé... es que quería que todo fuera una sorpresa. Pero no por eso tienes derecho a venir a mi casa echando tiros.

Raúl le quitó el arma de las manos. Revisó el interior de la pistola. Nuestros amigos comenzaron a salir de la casa con cautela, mirando en todas direcciones, como si no pudieran creer que ya todo hubiera terminado. Yo solté al otro enano.

-Patrón, discúlpeme- Sansón abrazó la pierna de mi cuñado-. Pero es que no puedo quedarme sin trabajo. Tengo un hermano y una madre que alimentar. Entiéndame.

-Sí, discúlpenos patrón- el otro enano se abrazó de la otra pierna-. No era nuestra intención.

Gloria también se acercó para abrazar a Raúl. Durante un rato, los cuatro se quedaron ahí, juntos, bajo el frío de una noche de noviembre. Yo con el revólver en la mano.

-Mejor discutamos esto adentro- dijo mi cuñado-. Se me están congelando los pies.

Sobre la mesa estaban la botella de tequila, el jugo de tomate, los vasos, los limones, un cenicero y dos cajetillas de cigarros. Todo lo que necesitábamos el Sansón mi cuñado y yo para seguir festejando. Nos sentamos en silencio, mirando más allá del ventanal de la cocina, hacia los campos vacíos que llegan hasta el infinito.

-¿Ahora sí vas a tomar conmigo toda la noche o te vas a quedar dormido a la tercera, cuñado?- dijo Raúl-.

-Yo soy quien te va a dormir- lo señalé con el dedo-.

-Momento- dijo Sansón- yo soy quien los va a dormir a ustedes dos, niños.

Rosario se sentó a mi lado y me tomó la mano por debajo de la mesa. Me la apretó sonriendo. Yo me sentí miserable por no poder ofrecerle nada mejor, por no ser una buena persona.

Ahora que son no sé que horas de la madrugada me abrazo del retrete y dejo que todo lo que me he metido en el estómago salga. Rojo como la sangre. Duele. Siento el sabor del tequila y el jugo de tomate. Me abrazo al retrete y maldigo a Sansón, el hijo de perra que me puso a beber de esta manera.

2 comentarios:

Auggie Wren dijo...

El principio no está mal, pero no me gusta el final. Demasiado alegre para empezar con tantos tiros.

P.D: Muy curiosa la expresión "el barril del revólver".

Leon dijo...

Me parecio interesante, irreverente y el final suficientemente creible jeje -