lunes, 10 de diciembre de 2007

MELANCÓLICA NOCHE ILUMINADA POR LA LUZ DEL ALMA


Manuel vuelve a escupir sobre el balde de acero inoxidable. Escupe un pedazo de sangre y flema, tiene una ulcera sangrante. No sabe cómo ha llegado a la cama, mucho menos quién le ha cambiado la ropa y colocado la bata. Todo huele a cloro, a alcohol; Manuel tiene sed.

“A la gente le gusta escuchar cosas que la hagan feliz, no insultos” dice la voz como un eco que suena por todo el cuarto. “A usted sólo le interesa su mundo privado”. Poco a poco las imágenes se van aclarando.

El doctor le había dicho, desde hacía tiempo, no puede recordar cuanto, que dejara de beber. Pero a Manuel la advertencia no le había importado.

-¿Quiere ver a un cura?- dice la enfermera.

-Dios me libre.

Manuel se lleva la mano a la boca, como un reflejo basado en la costumbre, y se da cuenta que dos de sus dientes, los de adelante, están rotos. Luego, mientras sigue explorando su cara, se percata que también su nariz está en mal estado, ligeramente sumida del lado izquierdo.

-¿Qué me pasó?

-Una pelea- le contesta en forma descortés la enfermera. Manuel comprende de inmediato. Luego, mirándose, descubre que su brazo derecho está enyesado, desde el codo hasta la punta de los dedos. Lanza un suspiro.

-Entonces quiero un trago.

La enfermera no responde, sólo da media vuelta haciendo ruido con sus tacones, cerrando la puerta al salir. Pero deja encendida una luz tenue que baña el cuarto de azul.

Sus labios, blancos y secos, le lastiman. Tiene sed, aunque no puede beber una gota más. Desde hace años que se ha convertido en un animal que se mantiene exclusivamente de alcohol. Ahora, al parecer, ha tocado fondo.

La noche es silenciosa. El estómago le duele. Ha llegado a aceptar como su único modo de distracción ponerse a contar las gotitas de suero que caen dentro del tubo conectado a su brazo.

Fue en ese momento, en el de mayor quietud, cuando todo comenzó...

La piel de su pecho se tensó en un segundo, jalándose hacia los lados, pegándose a los huesos. Manuel da un brinco sobre la cama. El pecho le cruje como las tortillas duras. No tiene ganas de gritar, ni de llorar; tampoco quiere llamar a la enfermera. Conforme la piel se tensa le van apareciendo unas pequeñas bolas en todo el cuerpo, bolas iguales a burbujas, como si su carne estuviera en ebullición. Manuel mira esto como algo ajeno, como si no fuera su cuerpo el que estuviera sufriendo los cambios.

Con esfuerzo se recuesta sobre su lado derecho, sólo para volver a escupir un trozo de sangre y flema. Y le llega un acceso de tos que amenaza con ahogarlo. “Si tan solo me dieran un trago, una cubita”, piensa, “seguramente todo mejoraría”.

El pecho le truena como trozos de pólvora. La piel se le rompe, igual que un trozo de cartón duro y viejo.

De las fisuras que aparecen escapan rayos de luz blanca muy brillante. Con cada nuevo crujido hay otra fisura que deja escapar luz, como si fueran olas, al techo de la habitación. Y más y más, hasta convertirse en una cascada y después en un lago de luz. Llega el punto en que todo el cuarto resplandece como el interior de una lámpara.

Ahí se encuentra Manuel, como una fuente, emanando luz por cada abertura de su cuerpo.

La piel se le cae, desde los hombros hasta los pies, igual que una tela resbalando por la orilla de una mesa. Luego escapa de golpe todo lo que hay dentro. Poco a poco la luz se va atenuando, igual que el crepúsculo, y la penumbra regresa a la habitación. Manuel tiene un cuerpo nuevo.

Se sienta sobre la cama. De vez en cuando una chispa de luz le brota de encima. Mira sus manos y ve que ya no le duelen; se siente feliz, como no lo ha estado desde niño. Una sonrisa le nace. Con la planta del pie toca el suelo frío. La sed ha desaparecido. Sobre la cama queda su vieja piel, igual que una sábana arrugada. Entonces, cuando se pone de pie, comienza a sentir un dolor en la espalda, no al centro sino a los lados, a la altura de los omóplatos. Su espalda se rasga, dejando salir dos grandes alas.

-¡Esto no puede ser!- dice Manuel en voz alta-. Esto no me puede estar pasando.

Las alas se sacuden dos veces, espabilándose, hasta quedar completamente abiertas. De punta a punta son casi del largo del cuarto. Y luego, de manera involuntaria, Manuel comienza a elevarse, atravesando el techo y los otros pisos, yendo más allá.

Mientras asciende piensa en todo lo que deja atrás, en lo mal que habían salido las cosas, en sus penas y fracasos, en sus amores, en lo que deja sin terminar. “Ahora”, promete, “con esta nueva oportunidad, voy a hacer todo mucho mejor”.



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A la mañana siguiente la enfermera encuentra el cuerpo sin vida de Manuel, tal y como lo había dejado la noche anterior. “Muerte por múltiples contusiones traumáticas y hemorragia interna” escribe en el reporte.

-Estas cosas suceden todos los días con los borrachos, más cuando son busca pleitos- dice en voz baja, mientras le da vuelta a la llave que cierra el contenedor con el cuerpo inmóvil.

Dentro de los bolsillos de su bata deja caer la cruz de oro que le ha arrancado del cuello. Y vuelve al trabajo, haciendo resonar sus tacones por los pasillos silenciosos del hospital.

3 comentarios:

Leon dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Leon dijo...

Muy buen cuento mi estimado, de lo mejor que te he leido.

Por la forma en la que describes la muerte y transformacion del teporochin, por un momento pense que iba a ser una jalada estilo "Planet Terror" en la que el guey se transformaba en Zombie o algo por el estilo.

Le doy un 10 por el hecho de que es una trama original y porque me sorprendio el resultado de la transformacion, cosa que no sucede todos los dias.

Daniel Cardona dijo...

Death to commence in three, in two.
Moonlight shines in through the open mouth.
Prepare for the last breath, now.
Evacuate.
Now.
Soul clear of body.
Now.
Death commences.
Now.

Fight Club
Chuck Palahniuk.