lunes, 7 de enero de 2008

El escultor

-Claro que se puede aprender mucho de la escultura-, dijo el hombre de la barba torcida. –Mira. Mira esto. ¿Ves la curvatura de la espalda? ¿La mano de la chica? ¿El gesto? ¿Qué piensas que el autor quiso decir?

El joven aprendiz movió la cabeza hacia un lado y luego hacia el otro, llevándose una mano a la barbilla. Frunció el seño un poco. Se mordió los labios, y luego dijo;

-¿La pasión?

-¡Exacto!-, dijo el hombre de la barba, aplaudiendo. –El autor quiso representar la pasión de dos almas que se aman. Mira la ternura del brazo de él acariciando la cintura de su pareja. Mira la caída del cabello. La mirada de los personajes. Cada cosa quiere decir algo. Todo está puesto ahí por algo. Hasta la postura de los dedos tiene una razón. Nada es gratis. El autor aprovechó cada trozo de cera y bronce para transmitirnos el mensaje.

El joven aprendiz mira en silencio el trozo de piedra a la mitad del salón.

-¿Quieres saber algo sobre esto?-, dijo el hombre de la barba. –El escultor la hizo después de asesinar a su amante. Le destrozó la cara con una botella. Chas chas. Una y otra vez, sin piedad, hasta dejarla como puré de papa revuelto con salsa catsup. Lo hizo sin ninguna razón aparente. Y dicen que mientras lo hacía no dejaba de llorar, pero yo creo que eso es una invención de los biógrafos para darle dramatismo a la historia. Lo que es cierto es que aún con las manos llenas de sangre, el escultor tomó grandes trozos de plastilina y cera y comenzó a esculpir esto: Su obra maestra.

El joven daba vueltas alrededor de la pieza, escuchando sin decir palabra, con las manos entrelazadas por detrás.

-Dicen que tardó casi un mes en terminarla. Durante ese tiempo vivió con el cadáver, dejándolo secar, como a una momia. No quiero imaginar a qué olía todo el estudio. Y el escultor amasaba la plastilina día y noche. Luego fundía el bronce y le daba forma. Sólo se detenía cuando el sueño le ganaba, o cuando comía algo, pero nada más. Mira el rostro de la mujer, parece triste, como si estuviera sintiendo pena por su amante. Es la mirada de una martir, de alguien que murió por el arte.

El joven movió la cabeza de arriba para abajo.

-La gente comenzó a preocuparse por el escultor. Escuchaban los golpes del cincel cuando acercaban la oreja en la puerta, miraban el fuego de la caldera al fundir el bronce; pero al escultor no lo veían salir. Un día, los vecinos decidieron llamar a la policía. Puedes imaginar lo que encontraron cuando abrieron la puerta.

-Encontraron a un tipo flaco, un cadáver hecho pedazos y la escultura más hermosa del mundo-, dijo el joven.

-Exacto. Y después de eso, el escultor no volvió a hacer ninguna otra pieza. Murió a los 78, después de 30 años de vivir en una institución mental, como si vivir ahí fuera un sacrificio, una penitencia por haber creado algo así de hermoso. Una pena, ¿no crees?

-Es... maravillosa-, dijo el joven. -¿Puedo tocarla?

El anciano sonrió antes de contestar.

-Está bien, pero hazlo con cuidado. No existe nada más grande. Y esto es lo que quiero lograr en mi vida; hacer una obra así de grande. La veo y siento que me hace falta mucho, que soy una cucaracha en comparación al gigante que hizo esto. Siento que soy...

-Lo entiendo, maestro-, dijo el joven. –No necesita decir más. Gracias por compartirlo conmigo.

El hombre de la barba caminó por la habitación, recargándose en la pared, como si le faltara el aire. Miraba las otras esculturas apiñadas en las orillas, las acariciaba, se acercaba a oler la cera y el yeso. Pasaba saliva con dificultad. Luego, cerró la única puerta de salida.

-¿Sabes?-, dijo el hombre de la barba. –Esta que ves es la escultura original. Nada de réplicas. Ahorré durante mucho tiempo para poder comprarla. Es más, aún tiene las manchas de sangre de la amante. Por aquí, mira. Y por aquí. Esas ronchas negras.

El joven se acercó y pasó la mano por encima del sitio que le señalaba el hombre de la barba. Sintió rugoso, algo pegajoso, y el estómago se le revolvió.

Luego, el hombre de la barba le dio el primer golpe en la nuca. El segundo en la cabeza, con un pequeño martillo. El cuerpo del joven cayó sobre la escultura, manchándola de sangre, resbalando como una tela al caer de la orilla de la mesa. Mientras, el hombre de la barba seguía golpeándolo.

Al final, con una lágrima en los ojos, el hombre de la barba cerró las cortinas del estudio, tomó un cincel con la otra mano, pasó por encima del cuerpo magullado y sin vida del joven, y comenzó a golpear un trozo de mármol virgen al otro lado de la habitación.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Me gusta este tipo de cuentos macabros.
Espero que no me enseñes una escultura muy pronto, jaja.
(soy Isabel de la escuela)

Bisenthe Kavhrerra dijo...

No recuerdo donde habias publicado este antes, pero sigue teniendo bastante fuerza. Es el relato tuyo que mas me ha gustado.
Saludos.

Daniel Cardona dijo...

Bastante lejos de tu nivel habitual.
Además, una idea bastante trillada.