martes, 24 de junio de 2008

A 3 metros, tal vez menos



La valla de contención se mueve como una serpiente que corre a punto de atacar. Los jóvenes gritan el nombre del grupo y corean el trozo de una canción. El sudor en su rostro y en su cuerpo. Las luces. El salón con su techo alto y su aire acondicionado insuficiente. Al otro lado de la valla, junto a la línea de los hombres de seguridad, un tipo calvo y con los brazos tatuados me grita que empuje para que nadie del público pase. Veo el rostro de los compañeros, pongo mis manos en el metal, y empujo en dirección contraria a los jóvenes.

Los tumultos y los conciertos nunca han sido lo mío. El miércoles recibí un correo diciendo si no quería participar como miembro de seguridad en una tocada. El asunto comenzaba a las cuatro de la tarde del viernes, y yo normalmente ese día tengo que trabajar. A pesar de estar cerca, no podía. Era imposible. Además, esas cosas no me llaman la atención. Apreté el botón de borrar y lo olvidé.

El viernes, un cristiano se aventó a las líneas del metro. ¿Por qué tienen que hacerlo tan temprano? La estación en que normalmente tomo el tren estaba como un hervidero de insectos y nadie se movía. Miré el reloj y me di cuenta que no iba a llegar a tiempo al trabajo. Ni siquiera a llegar medianamente tarde. Más bien, no iba a llegar nunca. Decidí hacer una llamada y volver a casa.

Mirando la televisión, recordé la carta. No sé nada sobre ser un guardia de seguridad, ni tampoco sobre cómo catear a una persona o bajar a un loquito del escenario, pero... qué caray. ¿Qué es la vida sin retos? Tomé el teléfono, llamé a mi amigo y confirmé mi asistencia.

“Si sorprenden a un chavo en el baño haciendo cualquier cosa indebida, sea pintar las paredes o fumarse un churro, le dicen que lo van a remitir con las autoridades” nos dice el calvo jefe de seguridad. “Lo toman del brazo y de inmediato comenzará a decir; no mi jefe. No estábamos haciendo nada malo. ¿Cómo nos podemos arreglar? Y es entonces cuando pueden hacer un poco de dinero”.

“Si un chavo se sube al escenario, lo bajan a madrazos” Me reí cuando dijo eso. “En serio. Los tipos que se suben lo hacen porque están llenos de adrenalina. Si no le meten unos buenos putazos no se tranquilizan, y se pueden regresar a romperte la madre. Con un buen rodillazo en las costillas mientras lo tienen en el piso, basta”.

“Si ven a alguien muy chacal en la fila de revisión, lo hacen a un lado y lo revisan minuciosamente. Revisen el dobladillo del pantalón, los calcetines, por dentro de la hebilla del cinturón, en medio de las piernas. No dejen que pasen con gotas ni con botecitos de medicina, nunca sabes qué es lo que pueden traer. No los dejen pasar con rollos de papel ni con cinturones que lleven estoperoles”.

Fueron dos las verdaderas razones por las que fui al concierto. La primera es que me quedaba cerca. A cinco minutos caminando desde mi casa. Por muy tarde que terminara el evento, podía regresar pronto. Y la segunda fue que el grupo que iba a tocar es uno de mis tres grupos favoritos: Café Tacvba. El dinero que pagaban era lo de menos, una verdadera miseria sin importancia. Me impulsaba el deseo de quedarme a proteger el escenario. Mirarlos tocar desde así de cerca. Verlos actuar en vivo casi para mí solo. Con eso me iba a dar por bien servido. Cerquita.

Al estar empujando la valla, al mirar a todos esos jovencitos gritando y coreando una canción, haciendo vibrar el piso con sus brincos, pensé “¿Pero qué demonios estoy haciendo?”

Tantos cuerpos juntos, pegados unos contra otros, sin un solo espacio de separación. Sudorosos. Llenos de hormonas y de ganas de fiesta. Cuerpos jóvenes, con la piel firme y agradable olor. Jovencitas con ropas ligeras y ceñidas al cuerpo. Niñas que me miraban pidiendo que las dejara pasar, que me agarraban de la mano y me invitaban a tocarlas, que se me acercaban al oído y me ofrecían cualquier cosa por dejarlas acercarse al escenario. Nunca antes había estado tan cerca del diablo, no sabía que podía oler así de bien. Nunca antes estuve tan cerca. Maldita sea. Cómo deseé caer. Al final no lo hice. Dios me perdone.

No tengo idea de la hora a la que comenzó el concierto. Tampoco sabía la hora en que terminaría, pero cuando me dijeron que me asignaban a las vallas del escenario, cerquita de los Tacvbos, ya nada más me importó. Las luces se apagaron, los gritos se hicieron más fuertes, y la música comenzó. Poco a poco el ánimo de la gente se fue tranquilizando, dejaron de empujar y comenzaron a cantar, a menearse de un lado a otro, con ritmo. Ahora todos estaban hechizados. Pude dejar de sostener la valla y darme la vuelta. Observarlos. Eran sólo tres metros los que me separaban de ellos, tal vez menos, y yo también comencé a cantar.

Muy cerca de mí, entre el público, una señora con su gorro de gallo canta. Llama la atención que tenga como setenta años. Una viejita. Alza la mano y hace la señal de rock and roll, canta, se ríe. Y los reporteros pronto comienzan a rodearla y a tomarle fotografías y video. La señora está feliz. Más adelante hasta sube al escenario a cantar con los Tacvbos.

También hay niños pequeños. Recuerdo especialmente a uno, como de cinco años, a quien subieron a una bocina a bailar. Brinca y mueve los brazos al ritmo de la música, se nota que es el más feliz del mundo.

Me tocó sacar jovencitas desmayadas y separar a peleoneros, recibir hielazos y varios empujones, pero en general todo estuvo tranquilo. Nada de tipos en pandilla ni gente verdaderamente problemática. Me sentí contento de no tener que utilizar mis habilidades ganadas después de tantos años jugando Street Fighter.

Al terminar el concierto desalojamos a los que se tiraban al suelo para descansar. Nosotros también estamos cansados, sedientos, pegostiosos. Pero quedarse hasta el final, y ser del cuerpo de seguridad, tiene sus privilegios.

Rubén, el vocalista de Café Tacvba, cena en su camerino. Como somos quienes lo cuidan, podemos pasar a saludarlo. Los demás se han ido. Nunca antes estuve en el Backstage, nunca antes había estado así de cerca de él. Lo saludamos, nos regala su autógrafo, y nos da las gracias. No lo puedo creer. Y lo mejor de todo es que hasta me pagaron por vivir todo esto. Me voy satisfecho.

Tal vez algún día lo vuelva a hacer.

2 comentarios:

Eme dijo...

Te envidio.
Muchísimo.
Lo sabes.

<<...ay, amor divino,pronto tienes que volver...>>

En cualquier caso, me gusta esta crónica, tan literaria. Puedo hacerme a la idea de cómo fue.

Causita dijo...

quien como tu.