viernes, 27 de julio de 2007

Instrucciones para sobrevivir 5 minutos


Lo difícil de comenzar algo es que sabes que en algún momento tendrás que terminarlo, y que terminarlo es precisamente lo que no quieres hacer.

Salgo del metro y me recibe el viento helado. Los automóviles cruzan la avenida a toda velocidad, ajenos. Me froto los brazos y meto las manos en los bolsillos. Me encojo de hombros. Los dedos de los pies duelen. Camino hasta la esquina y espero que la luz se ponga en verde. El viento me alborota el cabello.

Hablo en voz baja, sin prestar atención a si tengo personas junto a mi o no. Ensayo las primeras palabras, ensayo mi actitud, ensayo la forma en que la voy a mirar. El corazón me estorba, quisiera arrancármelo de una vez. La noche comienza a doler.

Fue hace años la última vez que me sentí igual. Cuando aquella niña simplemente se dio la vuelta y no quiso seguir escuchando, cuando todo el mundo perdió su color. Esa fue la noche en que levanté un muro en el que las flechas de ese tipo no pudieran volver a penetrar. Y aquí estoy de vuelta, sonriendo sin darme cuenta, caminando por unas calles que nunca antes he recorrido. No me percato de que otra vez he salido de casa olvidando la armadura.

Miro los números en las puertas, los números en la acera de enfrente. Aún faltan tres cuadras y entre más me acerco el aire se va haciendo espeso, ardiendo en los pulmones, empujándome hacia atrás. Las piernas se aflojan, se vuelven líquidas, derritiéndose sobre la banqueta. Me cuesta caminar.

Y cuento uno, dos, tres.

Y el corazón hace bum-bum, bum-bum.

Nunca antes hemos estado frente a frente, apenas y he escuchado su voz. Solamente tengo un montón de letras que han cruzado el mar y unas cuantas fotografías. Palabras e imágenes que ahora me pasan por la mente, como una marquesina de foquitos, y que repiten nuestras promesas una y otra vez. Todo para terminar aquí, a unos cuantos segundos de conocernos.

Y cuento cuatro, cinco, seis.

Me llevo una mano al pecho, me recargo en la pared y jalo aire. Dios. No pensé que esto fuera a sentirse así. Avanzo otro poco y me detengo frente al 644. Miro el diseño de la puerta, trato de adivinar las siluetas detrás de las cortinas. Miro los escalones que seguramente tantas veces ya habrá subido. Trato de adivinar su aroma.

Y cuento siete, ocho, nueve.

Respiro hondo y me animo a tocar el timbre. Cierro los ojos. Ahora quisiera que alguien me ayudara con instrucciones para sobrevivir los siguientes cinco minutos.

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