martes, 31 de julio de 2007

La desnudez de tu alma


Amiga,

Si hay alguien que luzca mal estando desnudo, ese soy yo. Tengo un gran cúmulo de grasa alrededor de la cintura, el vientre abultado y la piel blanca como la de un abuelo. Lo bueno es que nunca te burlas. Yo tampoco me río de tu labio leporino. Nunca lo haría. Si hay una mujer que se vea bien estando desnuda, esa eres tú.

No tengo idea del nombre que tenía ese río. Estaba tan lejos de la civilización que no alcanzábamos a mirar a nadie cerca. Fuiste la primera en quitarse la ropa y echarte al agua. Me gustaba mirarte. Yo tardé un poco más en reaccionar.

Me silbaste.

“Vaya que es grande” dijiste. Supe que sólo era un cumplido. Es fácil caer en las exageraciones. “¿Vas a escribir sobre esto?” me preguntaste moviendo la cintura. “No. Esto me lo guardo” dije. Mentí.

El negro y rosa son tus colores favoritos. Yo diría que andar desnuda también te sienta bien. Tu vulva depilada te da esa apariencia de estrella porno que me vuelve loco. Sonríes. Siempre sonríes. Ese es el mejor disfraz para tu defecto.

El clima era agradable. Pocas veces me había sentido cómodo en mi desnudez. Comprendí el significado del contacto con la naturaleza cuando el agua me pasó entre las piernas. Je.

Ya no recuerdo desde cuando nos conocemos. Tiene tanto tiempo. Eres una de mis pocas amigas aunque no tengamos en común más que nuestra vida bohemia. Odias mis textos, odias cualquier cosa que escribo, odias mis letras. “Te dedicas a exhibir a la gente como si tú fueras mejor que ellas” dices. “Lo bueno es que eres bonita” te contesto. “Eres un pendejo” es tu respuesta habitual.

Una ocasión me llevaste a una marcha-mitin, de esas que tanto te gustan. Roja, comunista, revoltosa, injusticiafóbica; esas palabras te definen. Te gusta cooperar con Greenpeace, con Amnistía Internacional, con cualquier cosa que ayude a salvar el mundo. En la pared del cuarto tienes colgada una fotografía del Che Guevara, y junto a ella un póster de Bono. A mí me revienta ese grupo.

No sé para qué fui. Caminando en medio de ese montón de rijosos, reclamándole al gobierno por las muertes del 2 de octubre. No sé qué hacía ahí si no comparto esas ideas. Marx me importa un carajo. Los muertos de Tlaltelolco tampoco me importan. Por mí se pueden volver a morir. Pero ahí estaba yo. Arrastrado como perro.

Después de ese día, en el cual me sentí tan fuera de lugar como un mendigo en cena de embajador, me juré no volver a participar en nada parecido. Te lo dije.

Tú lo sigues haciendo y aún somos amigos.

No sé quién de los dos sea más soñador; si tú por querer cambiar el mundo o yo por querer convertirme en escritor.

Si hay alguien que luzca ridículo desnudando su alma, ese soy yo. No sirvo para esto. Lo sabes. Puedes llamarme discapacitado emocional, un tullido sentimental. Sabes que por eso me oculto detrás de las letras, de las historias que invento para publicarlas en cualquier espacio. Aunque, si hay alguien que luzca hermosa mostrando su alma, esa eres tú. Por eso me gustaba platicar contigo.

¿Por qué tenías que irte?

Te extraño... el agua se siente muy fría cuando tú no estás.

E.

No hay comentarios: