jueves, 26 de julio de 2007

Sandwich Kosher para una tarde gris

Ha comenzado a hacer calor. El tiempo de los bochornos y el sueño al medio día ha regresado. El tiempo de la ropa pequeña y dormir con una frazada ligera. El tiempo de tumbarse a la sombra acompañado de una Cerveza fría.

Isaías el grande toca su piano en la otra habitación.

La pequeña Esmeralda pasa a mi lado, toca mi nariz y me dice; Escritor ¿Qué has escrito hoy? Nada, le contesto sin voltear. Luego sigue bailando con su disfraz de mariposa. ¿Cuándo vas a terminar todas esas cosas que me has platicado? Tal vez nunca, le digo.

Isaías sigue tocando un canon en re mayor.

Antes fumaba cuando estaba aburrido. Ahora ni eso.

Tengo flojera de mirar una película, de agarrar un libro, de hojear una revista. Tengo flojera de abrir los ojos o inventar una historia. Me gusta que la brisa fresca sople. Quisiera que el tiempo se congelara en éste instante.

Vendo flores, escucho a Esmeralda decir. Vendo flores de a peso. ¿Quiere una señor? Yo no compro flores desde hace mucho, le contesto. Las flores me traen malos recuerdos. Mejor llévaselas a Isaías. La niña me mira y luego da media vuelta. Se aleja bailando por el pasillo.

Reclino mi cabeza hacia atrás, sobre el descansa-brazos del sillón, arrojo las sandalias a unlado y me dejo llevar por la sensación de sueño. Hace mucho que no holgazaneaba de ésta manera.

¿Qué haces disfrazado de Hombre Araña? Me pregunta Citlalli, la mamá de Esmeralda. ¿No crees que ya eres demasiado grande para andar vistiéndote de esa forma?

No.

Además, el Hombre Araña no usa sombrero vaquero.

Pues yo sí. Me ayuda a pensar. Me ayuda a mantener al sol dentro del cuarto.

¿Algún viejo ritual indio?

El efecto de la cerveza.

¿Quieres un sándwich de jamón kosher?

Eso no existe... pero damelo.

Dentro de una hora toda la pandilla de locos va a inundar ésta casona a la mitad de La Condesa. Estarán gritando, bebiendo, abrazándose, fumando, compartiendo, haciendo estupideces. Igual que cada fin de semana. Yo estaré en medio, abandonando mi cuerpo, deseando estar en otra parte; al otro lado del mar.

Pensar me duele. Mover los dedos me duele. Mirar me duele. Pero tengo que hacerlo. Al menos hoy que es un día especial.

¿Cómo decirle a los demás que se pongan tristes cuando están contentos? ¿Cómo pedirle eso a la pequeña Esmeralda, a Isaías, a Citlalli? Siento como si un diluvio estuviera cayendo en mi corazón. Por algún motivo creo que nadie más me entendería. Lo que provoca éste sentimiento es demasiado abstracto. Va más allá del entendimiento natural. Prefiero guardármelo. Prefiero sentir cómo cada golpe de tecla del piano de Isaías me va arrancando un pedazo del cuerpo.

“Tus lágrimas de láser desintegran mi alma”, canta
Citlalli.

En realidad no estoy triste como todos normalmente lo están. Mi tristeza es diferente. Mi tristeza ni siquiera se consideraría existente ya que estoy triste por alguien a quien pocas veces he visto, y de quién no he sabido nada últimamente. Estoy triste porque me siento abandonado.

Doy un sorbo a la cerveza que se entibia. Miro a Esmeralda bailar al ritmo del piano, sembrando flores en el aire. Le doy un mordisco al sándwich y sigo recordando.

No pregunten por mí. Si me buscan, estaré emborrachándome sobre ése viejo sillón verde.

No hay comentarios: