martes, 16 de octubre de 2007

HOTEL

Me dijo que este era el mejor hotel, el único en que nadie nos iba a encontrar. Con sus paredes llenas de replicas de cuadros famosos y el suelo alfombrado a rombos, con su olor a colillas de cigarro y alcohol. Más bien este era el más feo hotel del mundo. Aún así, teníamos suerte de haber conseguido la última habitación de este sitio a la mitad de la nada. Teníamos suerte de haber conseguido un poco de Vodka.

Nos escapamos de la fiesta a eso de las dos de la mañana. Los únicos que quedaban despiertos eran los borrachos y alguna que otra mujer. El techo lleno de listones de colores y globos con poco aire. Música norteña saliendo de las bocinas. Parejas besándose. Ella tomando mi mano, llevándome a la salida. Yo sintiendo que el suelo se meneaba de un lado para otro.

Toda la noche se la había pasado muy cerquita, hablándome al oído, tocándome la entrepierna. Me habló de su hermano que se había ido a los Estados Unidos el año pasado, de su madre dueña de una tienda, de su padre que se dedicaba a criar cerdos y hacer tacos de carnitas. Me dijo que su hermano se había ido porque le gustaba más andar con los gringos y hablando inglés que andar con toda esta bola de indios. También me dijo que le gustaría sentirme dentro.

Mientras íbamos en su camioneta yo miraba las estrellas y la línea blanca de la carretera. Me platicaba de su pasatiempo; salir a matar conejos y venados. También me dijo que su padre le había enseñado desde muy chica a castrar cerdos y montar a caballo. Me dijo que hacía dos años habían ido de safari al África. Yo la imaginé con sus manos llenas de sangre y divirtiéndose con esos animales. La imaginé riendo. Yo le dije que nunca había matado nada. Ella me dijo que un día me iba a enseñar. Tuve ganas de vomitar sobre el tablero.

Fue ella quien me arrancó la ropa, quien me tiró sobre la cama y me hizo todas esas cosas que nunca nadie me había hecho. Fue ella quien comenzó a llamarme vaquero. Me puso sus piernas en la cintura y me abrazó con fuerza, me dijo que hiciera esto y lo otro. Me dio la vuelta y me asfixió. Gritaba con fuerza, agarrándose la cabeza. Me dijo que la sodomizara. Me exprimió por completo.

Nunca antes me había sentido así.

Después me dediqué a mirarla dormir. Tomé un último vaso de Vodka con jugo de naranja. Miré su espalda, la curvatura de sus nalgas, lo moreno de su piel. Nunca lo había hecho con una mujer que tuviera el cuerpo tan pequeño. Encendí un cigarro. Miré su cabello regado en la almohada, las gotitas de sudor que se iban secando sobre su cuerpo. Pensé en ella y en esos animales. Pensé en su padre castrando cerdos. Luego me acordé de mis amigos, quienes seguramente habrían de estarme buscando.

Busqué en la bolsa de mi chaqueta y saqué el teléfono. Miré a través de la ventana hacia la calle, hacia todas esas casas sin luz que crecían a la orilla del camino. Miré que sólo la tienda y la parada de autobuses tenían la fachada pintada. Sentí la brisa que se metía por alguna parte. El puntito rojo de mi cigarro se reflejaba en el cristal.

Cuando Humberto contestó le dije que viniera a rescatarme, que ya no quería estar aquí. Me preguntó si me la había pasado bien. Yo le dije que había tenido mejores... aunque no tan mejores. Luego le dije que me daban miedo las mujeres que sabían castrar cerdos.

“Voy para allá ahora mismo” dijo Humberto casi en un grito.

Me terminé el cigarro, di un último trago al Vodka y me vestí. La palabra “Vaquero” aún seguía sonando en mis oídos.

1 comentario:

Daniel Cardona dijo...

Número

Tendrás que buscar un mejor escóndite.

Saludos,
criptex