lunes, 29 de octubre de 2007

Un paseo por el parque

Ese viernes, Raúl salió temprano de la oficina y caminó con dirección al parque. Antes de salir había acomodado todos sus papeles. Los etiquetó, los puso en orden alfabético y los guardó en cajones. Al poner un pie afuera de la oficina, lo primero que hizo fue quitarse la corbata, hacerla rollo y colocarla en la bolsa del saco.

El sol brilla con fuerza, dándole un color a las cosas que Raúl nunca antes había notado. Le lastima los ojos mirar los autos, mirar las ventanas de los edificios, el verde de los árboles. Bajó la mirada y guardó las manos en las bolsas del pantalón. Caminó hacia el parque.

Lo hace despacio, no siente que haya prisa por llegar a casa. Su esposa no lo espera sino hasta muy noche, a la hora de la cena. Raúl mira el reloj y calcula el tiempo que le queda para estar solo y pensar un poco.

Al centro de una imaginaria habitación con paredes de calles y edificios, con el cielo como techo, se encuentra el pequeño parque al que nunca en tantos años de trabajar en la misma oficina había visitado. Al mirarlo sintió como si ahí ninguno de sus problemas pudiera alcanzarlo.

Lo primero que le viene a la mente al oler el pasto es la ultima vez que jugó con sus hermanos en el campo, cuando aún eran pequeños, cuando aún vivían en el pueblo. Se inclina a desabrocharse los zapatos y quitarse los calcetines. Luego pone los pies desnudos sobre el pasto y recuerda todas las ocasiones en que solía hacerlo cuando niño. Respira hondo. Ya había olvidado esa sensación.

Camina hasta una banca y se sienta. Cierra los ojos y escucha un pajarillo que canta en alguna parte. Quiere encontrarlo pero no tiene éxito. Lo escucha pero no puede determinar de dónde sale el canto. Unas ocasiones viene de la derecha, otras de la izquierda, otras de todas partes. Al final prefiere pensar que no es uno el pajarillo, sino varios. Por unos segundos desea ser uno de ellos.

Mira las flores que crecen en las ramas y los arbustos. Flores rojas y azules, pequeñas. Se pregunta quien las ha puesto ahí, quienes son los encargados de cuidarlas. Piensa en lo simple y grande que es la naturaleza. Mueve los dedos de los pies por encima del pasto.

Está ahí durante quien sabe cuanto tiempo, hasta que siente que es suficiente. Se vuelve a colocar los calcetines y los zapatos. Se pone de pie y camina a través del parque. Llega al centro, al sitio de la fuente, y deja que las gotas que vuelan con el viento le mojen el rostro. Mete la punta de los dedos en el agua, haciendo figuras.

Más allá, unos niños juegan a la pelota mientras una niña anda en bicicleta, cantando. Raúl sonríe con los labios apretados. Mira su reloj y se levanta.

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