miércoles, 24 de octubre de 2007

Pequeña historia de amor

“Tenemos que salir de aquí” dice ella con las manos en la cintura, con los ojos mirándome directo, como si quisiera degollarme con las pupilas. Sus labios tiemblan igual que el dedo con el que señala la puerta. Estoy seguro que sonrío, tratando de ser amable, pero no puedo sentir la boca. No puedo sentir el cuerpo. Cada vez la miro más lejos, como si estuviera borrándose, como si alguien estuviera bajando el volumen de su voz.

Lejos.

Su boca se mueve con lentitud.

No siento nada.

Es como si de repente alguien hubiera bajado el interruptor. Nada. Simplemente nada.

Todo comenzó la tarde en que sonó mi teléfono celular. Aún no terminaba de asimilar que mi novia me había dejado. Miraba la ciudad desde la ventana de mi oficina en el piso 16. Todo era tan pequeño. Abrazaba una taza caliente, sorbiendo con tranquilidad mi capuchino, mirando el flujo de los automóviles. Me había quitado la corbata y tirado todas sus fotografías y regalitos. Le dije a la secretaria que no me pasara ninguna llamada. Fue en ese momento cuando sonó el teléfono.

Primero pensé que podría ser ella, pero ahora puedo decirte que hubiera tenido mucha suerte si eso hubiera sucedido.

Era una foto. No reconocí el número de quien la enviaba, pero me dio igual, de todas formas la vi. En ella aparecía una chica morena, de perfil, completamente desnuda y metida en un baño. Sonreía como si hubiera hecho una travesura. Sus tetas eran gigantes. El mensaje decía; “Te extraño”.

Asomé la cabeza por el pasillo y vi que estaba solo.

Volví a mirar el número telefónico pero seguí sin reconocerlo. Pensé en escribir un mensaje y decirle que no la recordaba, preguntarle quién era, pero me di cuenta que eso era una estupidez. Seguro todo era un error. Guardé la foto y me terminé el café.

Dime si me estoy volviendo loco.

“No lo creo, nene”

¿De dónde saliste?

Ella rió como si la estuviera escuchando en larga distancia.

¿Bien?

“No sé qué preguntas. Soy lo mejor que te ha podido pasar. Te he liberado. No necesitas saber más”.

¿Hemos tenido sexo?

“Eres un pendejo”

¿Eso es un sí o un no?

“Sabía que esto iba a pasar. Eres una mierda. Igual que todos. Un día me amas y al siguiente me ignoras. Un día me utilizas como si fuera la mujerzuela más barata del mundo y al siguiente lo olvidas”.

Pero... ¿Cómo puedes decir eso?

“Lo mismo digo de ti, nene. Lo mismo digo”.


La primera vez que la vi en persona fue en una fiesta. Estaba sentado con mi cerveza en la mano, moviendo el pie al ritmo de la música, mirando a los demás bailar y cantar. Ella vino y se sentó a dos sillas de distancia. No dijo nada. Sólo agarró una cerveza de la cubeta, la abrió, y se quedó ahí. Ella no sabía nada, pero yo la reconocí de inmediato. Su escote no mentía. Creo que tomó cuatro cervezas antes de que volteara y dijera;

“Te ves muy serio con esa camisa a cuadros y tu pelo engominado. Para mí que eres un niño bueno”.

Sonreí. Nunca pensé que alguien pudiera comenzar una conversación acusando de esa manera a otra persona. Así era ella.

¿Tienen algo malo los niños serios? dije.

“No” contestó ella, moviendo la cerveza en la mano. “Sólo quise decirlo. Pero puedes olvidarlo”.

Regresé a mirar cómo todos bailaban. Miré a mis amigos reírse, a las chicas caminar de un lado para otro, al muchacho junto al estereo pasando los discos sobre el mueble. Le di otro trago a mi cerveza y dije.

Yo no soy un chico serio.

“Te dije que lo olvides”.

Me levanté de mi lugar y me senté junto a ella. No me miró, seguía moviendo la cabeza al ritmo de la música, agitando su cabello negro y rizado de arriba para abajo. Era la misma de la fotografía. ¿Cómo es que estaba en la fiesta?

Quiero que me expliques por qué dijiste eso de mí, dije. Para ese momento ya me sentía lo suficientemente ebrio como para discutir con ella.

“¿En verdad quieres saber?”

Moví la cabeza.

“Muy bien” contestó, tapando la boca de su cerveza con la mano, acercándose otro poco a mí. “Tu cabello, tu ropa. Todo demasiado limpio. Los hombres de verdad no lucen como tú. Hasta tus manos. Parece que nunca has hecho nada malo. Te aseguro que ni novia tienes”.

No entiendo. ¿Qué es hacer algo malo para ti? Dije.

“Déjame ver...” contestó, dándole vueltas a la botella sobre la mesa, mirando hacia el techo. “¿Alguna vez has robado una tienda?”

Wow, le contesté. No pude evitar abrir bien los ojos. Jamás esperé que una desconocida me preguntara cosa igual. Creo que vas muy rápido, dije.

“No. Yo creo que tú eres muy lento” dijo, y se puso de pie.

Reaccioné después de unos segundos. Me terminé la cerveza de dos tragos y salí tras ella. Me esperaba en la entrada, recargada sobre un muro.

“Pensé que no te ibas a atrever”.

Ella sabía que desde el momento en que dijo que yo parecía niño bueno me tenía en sus manos. Creo que desde antes, desde el momento en que se equivocó al mandar aquella primera fotografía suya mostrándome todo.

Encendió un cigarrillo y se puso en marcha. Caminaba rápido, con paso firme, moviendo las caderas como si fuera una modelo a mitad de pasarela. Me gustaba la silueta de sus piernas con ese pantalón de pana negra. Me gustaba su chamarra roja. Me gustaba su caminar erguido. Luego de unos minutos se detuvo.

“¿Ves ese mini-súper? Te aseguro que no te atreves a robar nada de ahí dentro. Ni siquiera un dulce. Eres niño bueno”.

Fumaba su cigarrillo como esas mujeres de las películas; abriendo la boca y dejando que el humo se acumulara espeso entre sus dientes. Me miraba retadora, con los brazos cruzados.

¿Y si gano qué obtengo? dije.

“No lo sé” contestó ella, mirando hacia el lado izquierdo. “Pero puedes arriesgarte y averiguarlo”.

Moví una mano de atrás para adelante, señalándola, y luego dije.

¿Es una prueba, verdad? ¿Qué quieres demostrar? ¿Que tienes la razón? Te aseguro que tú tampoco te atreves a robar nada de allá dentro.

“¿No?” dijo, y apagó el cigarrillo con la punta de su bota.

Sin avisar, cruzó la calle y desapareció tras la puerta de vidrio del mini-súper. Estoy seguro que me quedé sin color. No lo podía creer.

Salió después de unos minutos, caminando tranquila, chupando una paleta de caramelo. En una de las manos llevaba una bolsa con una botella de tequila y cacahuates.

Seguro lo compraste todo, dije.

“Si quieres, puedes entrar a preguntar” contestó.

Necesito pruebas.

Y ella sacó un montón de billetes del bolsillo y me los arrojó en el pecho. “Te dije que era fácil, niño bueno”.

Y luego dije.

¿Qué pasó con el encargado de la tienda?

“Ha de estar cambiándose los pantalones” contestó.

Regresamos a la fiesta. Afuera, el sonido de las sirenas no me dejó seguir bebiendo en paz.

¿De verdad nunca mandaste esa foto a mi teléfono?

“Te digo la verdad. No”.

Es que no lo puedo creer.

“Simplemente me equivoqué al marcar”.


Una tarde, mientras estábamos sentados a la orilla de un río (no recuerdo si era nuestra segunda o tercera cita), ella comía un helado de limón. Dijo que tenía calor, así que lo compramos. Y así, con sus labios fríos y dulces se dio la vuelta y me besó, sin decir más. Aún conservo su sabor en la boca.

“Creo que pronto va a llover” dijo.

Pero no nos movimos.

El agua comenzó a caer después de unos minutos y nos quedamos juntos, abrazando nuestras rodillas, con el cabello y la ropa mojados, mirando a la gente correr.

Es cierto

“¿Es cierto qué?”

Es cierto que hemos tenido sexo. Ya lo recordé.


“Si pudieras cogerte a quien tú quisieras, quien fuera, de cualquier época, ¿A quién te cogerías?” dijo ella, mirándome con sus ojos de niña traviesa. Sus pezones rosados apuntaban al techo.

Helena de Troya, sin duda. Dije. La tipa debe haberse movido como los dioses. ¿De qué otra forma hubiera provocado una guerra? No creo que sólo por su belleza. La belleza se marchita.

“Por eso me gustas, niño bueno” dijo ella. Su rostro descompuesto. Aún no me acostumbraba a mirarla después de nuestro accidente. Creo que nunca llegaré a hacerlo.

¿Tú a quién te cogerías? pregunté.

“A Dios. El cabrón debe tenerla bien grande, estoy segura. Inventó el sexo, así que debe ponerte unas zarandeadas...”

No conocía tus inclinaciones sacrofílicas, nena. Dije. Sabía de mujeres en los pueblos que se masturbaban delante de imágenes de santos, pero lo tuyo es un exceso.

“¿Crees que sea pecado coger con Dios? Es el jefe. El que pone las reglas. ¿Crees que te castigue por acostarte con él?”

No lo sé, pero eres una cochina. Por eso me gustas. Déjame abrazarte.

“¿Crees que le gusten las mujeres como yo? ¿Crees que sea un pervertido al que le gustan las mujeres gordas y deformes? ¿Crees que me pediría que se la chupe?”

No me importa. Dios puede hacer lo que quiera. Siempre lo ha hecho. Ésta noche es de nosotros. No quiero pensar en otra cosa. Quiero agarrarte las nalgas.

“Solía ser muy bonita, lo sabes. Pero después de... esto, tengo suerte de no causarte arcadas. Honestamente, me hubiera gustado ser una chica Lancóme, una chica Lóreal. Claro, de haber estado delgada. Pero ya no puedo”.

La escuché sollozar.

“Quiero que me cojas lo más fuerte que puedas”.

¿Qué?

“Quiero que me cojas lo más fuerte que puedas. Quiero sentirte completo. Quiero que me llenes. Quiero estar segura de que no te doy asco”.

¿Y cómo voy a hacer eso si apenas puedo moverme? contesté. Estos pedazos de metal en el cuerpo no me vuelven Robocop.

“Pues ha llegado el momento de averiguarlo y comenzar una vida nueva. Creo que debemos aceptarnos. Déjame ver lo que tienes ahí”.

Sus manos suaves. Su boca húmeda y tibia alrededor de mi miembro, subiendo y bajando, haciendo esos ruidos. Dios. Qué bien me sentía. Sus labios eran como tentáculos. Y sus nalgas...

¿Ya lo habías hecho antes? digo.

“Cuando era bonita. En todas las formas y en todas las posiciones. Tuve todos los que quise. A los hombres les gustaba que se las chupara. Les gustaba hacérmelo por detrás. Ahora ya no. No se me acercan”.

No quiero que se te acerquen. Ahora estás conmigo.

“¿Con quién más te gustaría coger?” dijo sin dejar de acariciarme. Sus párpados caídos y pómulos secos se acentuaban con la luz que se filtraba por la ventana. Era como un anuncio de noche de brujas.

Con Eva Braun. No creo que a Hitler le hubiera gustado que trataran a su esposa como una golfa. Le escupiría. La orinaría y después la haría lamer el piso. Sentiría lo que es conocer a un hombre.

“Tu concepto de justicia es un poco raro, pero me gusta”.

Se puso de pie delante de mí y luego me ayudó a ponerme boca arriba. Me gustaba su vagina, sus tetas pequeñas, su vientre plano. En dos brincos se colocó encima, tomando con fuerza mi pene entre sus manos y poniéndolo en la entrada de su entrepierna.

“Desde que te vi en esa silla, el día de aquella fiesta, supe que eras mi alma gemela” dijo.

Ahora nos tienen miedo, contesté. La gente le teme a lo diferente.

Creo que la vi sonreír. Era difícil saberlo a estas alturas. Su rostro no tenía expresión. Luego me miró de arriba abajo, deteniendo la vista en mis piernas; dos trozos de carne flaca y huesos fracturados.

“¿Con quién más te gustaría coger?” preguntó después de unos segundos, sin moverse.

Tomé su rostro con suavidad, me incliné un poco hacia delante y articulé con los labios; Contigo, nena. Contigo.

“Eso es lo que quería escuchar desde el principio, tarado”.

Y descendió por completo.

“¿De verdad no recuerdas nada?”

Nada de nada.

“Creo que si sigues hablando vas a lograr recordar algo”.

Eso espero. Aunque cada vez te escucho más lejos. No me sueltes, por favor.

2 comentarios:

Lobos y fresas dijo...

jaja eva braun! que locura lo que imaginan si leyeran un poquito mas sobre ese tema verian que hay mucho picante allí, y no es del sucio...

Rulo c: dijo...

Mucho Fight Club no?