jueves, 18 de octubre de 2007

La última palabra

La noche que murió el abuelo fue cuando decidí dejar de hablar. Así de simple; sentí que ya no había más que decir en voz alta. Esa noche tomé su mano fría y le dije al oído mi última palabra, para que ella viajara con él a donde sea que se fuera a ir. Se la dije muy cerca del oído, quedito. A la mañana siguiente comencé a garabatear en un cuaderno.

Solíamos pasar las tardes leyendo. Él en su sillón rojo y yo en uno verde, uno al lado del otro, en esa enorme biblioteca que ahora ya no existe. Afuera, más allá de las persianas, cantaban los pájaros y pasaban automóviles. A los doce años yo ya había leído completo a Ciorán. El abuelo me explicaba las partes que no entendía.

Él siempre quiso escribir una novela, pero sus últimos meses con vida ya no quiso seguir leyendo, me pedía que lo hiciera por él. Le leía en voz alta durante horas. Sólo nos deteníamos para comer. Me explicaba sobre la musicalidad de las palabras, sobre el orden de los párrafos. Así aprendí a distinguir la buena literatura de la mala; con sólo escuchar la armonía.

Las últimas semanas él ya no quería que le siguiera leyendo. Me pedía que fuera yo quien le contara las historias... a mi manera. Leía durante las noches para tener algo que contarle. Me pedía que fuera yo quien armara la musicalidad.

Le platiqué mi versión de los cuentos de Carver y de Perec. El abuelo tosía cuando lo hacía mal, cuando mi historia sonaba distorsionada. Siempre me exigía más, siempre me pedía que lo sorprendiera. Y ahí estaba yo, al pie de su cama, con doce años cumplidos, intentando platicarle de la vida a un anciano.

El abuelo cerraba los ojos y ponía atención. Fue el mejor lector que jamás llegué a tener.

En mi casa no hay muchos libros, sólo unos cuantos. No me gustan. Me recuerdan a él. Las paredes son azules, sin ningún mueble más que mi escritorio y mi computadora. Tampoco me gusta la música, sólo escuchar los autos al pasar. Y por si te lo has preguntado; sí, vivo solo. Me paso las noches fumando y haciendo el amor con el teclado.

¿Quieres saber qué le dije esa noche al abuelo? Bueno. Lo último que le dije es que iba a escribir esa novela que él no pudo escribir.

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