lunes, 22 de octubre de 2007

Viaje de regreso

La línea blanca sigue y sigue sobre el fondo negro del asfalto. Estoy muerto. Muerto en una manera metafórica, aunque preferiría en realidad estarlo. Me hundo sobre el asiento de piel, siento el aroma a gasolina quemada que entra por alguna parte del automóvil. El mundo pesa. ¿Es justo traerlo en la espalda?

Pido un milagro pero es demasiado. Recargo el rostro sobre la ventana, fría, y sigo mirando la línea blanca. Más allá los árboles y las luces de la ciudad. Más allá las montañas y arriba las estrellas. Me derrumbo igual que una casa de lodo. Voy dejando pedazos de mí por el camino.

-¿Estás bien?- dice Roberto.

¿Cómo quiere que esté bien? Lo miro. Siento como si estuviera sosteniendo el universo con los párpados. Pido que llueva. Miro a Roberto girando la cabeza lentamente, no le digo nada, y me vuelvo a recargar en la ventana. Tengo sueño pero no puedo dormir. Me bombea cada una de las venas de la cabeza.

En el asiento de atrás viajan David y Lorena, borrachos hasta que ya no les entró una gota más. Vienen dormidos. Estoy seguro que alguno de los dos vomitará antes de llegar, tal vez ambos, pero no me importa.

-¿Sabes quién pagó todo?- dice Roberto.

-El seguro- contesto. –Pagó eso y pagará muchas cosas más. La suma era por algunos millones.

Nunca aparto los ojos de la línea blanca. Sé que Roberto maneja sosteniendo el volante con ambas manos, cuidando su velocidad, rebasando por la izquierda. Me gusta que Roberto maneje. Me siento a salvo.

-Entonces... ¿lo de irte a España sigue en pie?- dice.

-No lo sé. En estos momentos no puedo pensar.

-Abre la guantera. ¿Ves la bolsa de plástico? Adentro encontrarás algo que puede ayudarte.

-No. Ahora no quiero. Voy a enfrentar esto lúcidamente. No quiero olvidar lo que siento. Juro que nunca más me volverá a pasar. Por eso.

-No te hagas el hombrecito. No es tu estilo. Anda. Coge un poco de la bolsa. Te ayudará.

-Hoy he cambiado. Gracias Roberto, pero no.

-Puta madre. Te tengo que rogar más que a mi novia, no mames. Que agarres, te digo.

-Que no quiero, chingá. Entiende.

Lo miro fijamente, sin sonrisas ni ningún gesto. Aprieto los dientes y entrecierro los ojos. He dicho que soy otro.

-Está bien. Ni hablar- dice. Y sigue manejando.

El auto se mece de un lado a otro por las curvas. Casi no escucho el motor, sólo el zumbido del viento. Lo demás ha desaparecido de mi vida. Ya nunca habrá sol, la luna no volverá a ser hermosa. Maldita sea. Y me muerdo los labios.

Roberto mueve la tapa entre su asiento y el mío, mueve los dedos y saca un disco. La música es tranquila y habla sobre los vaqueros que se han ido. Me pregunto lo mismo. Me pierdo en la noche y las estrellas. Me gustaría estar tan lejos.

Todo se ha terminado para mí. Tengo tanto miedo. No quiero sentir frío, quiero que todo vuelva a ser como antes, como era ayer por la mañana, y que nada hubiera pasado. Y ahora estoy aquí, aflojándome ésta corbata que no me deja respirar.

-Me haría mucho bien un par de aspirinas- digo.

-No traigo. Pero creo que hay un poco de paracetamol en el hueco de la puerta- dice Roberto.

Encuentro la caja y saco dos pastillas. Las mastico. El sonido me recuerda cuando aplasto cucarachas. El efecto es lento, pero sé que llegará. Hoy no quiero nada más fuerte que mil gramos de esto. Agradezco que Roberto no me venga interrogando sobre lo que pasó.

-¿Falta mucho?

-Como media hora- dice Roberto.

-No quiero llegar. ¿Puedes ir más lento?

Si tan solo se me concediera un deseo mucho mayor que este no tendría por qué sentir como si alguien me hubiera sacado el alma con una cuchara para helados. Pero no voy a llorar. No lo he hecho y no lo voy a hacer. Aunque traiga todas las lágrimas hechas nudo en la garganta.

Nada dura para siempre. Hasta ahora lo vine a aprender. Dicen que nadie sabe lo que tiene... pero esto es demasiado. Ahora necesito pensar, estar un tiempo conmigo. Aunque no voy a negar que me agrada venir con mis amigos. Nadie mejor que ellos para acompañarme en éste momento, cuando los demás están sintiendo lástima por mí.

Roberto es un buen tipo. Terminó la licenciatura en derecho y ahora está esperando hacerse cargo de la empresa de su papá (creo que es sobre máquinas para darle forma a la madera, o una cosa por el estilo). Tiene una novia con la que jura se va a casar. Su novia no pudo venir. ¿Quién viaja de emergencia a Oaxaca a las doce de la noche entre semana? Sólo mis amigos.

Los envidio. Su mundo aún sigue intacto.

Mis amigos me acompañaron durante todo el día. Hablaron poco. Me daban palmadas en la espalda cuando las necesitaba. En todo momento tuvieron los hombros disponibles para mí, aunque nunca haya hecho uso de ellos. En todo momento me escoltaron. Los cuatro vestimos de negro. Mi cabello está hecho un desastre, puedo verlo por el retrovisor. El mundo pesa mucho más de lo que imaginé.

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