miércoles, 17 de octubre de 2007

LO QUE SUEÑAN LOS VAQUEROS

Está solo en la habitación, sentado en el suelo, mirando la luz que se cuela por la ventana. Sostiene un cigarrillo entre los labios. Entre las manos una guitarra. Piensa, pero nada se le ocurre. Lo intenta.

Afuera no hay nada, sólo polvo y más polvo. Y le da un golpe a las cuerdas, arrancándoles un ttrrann desafinado. Más allá, algo explota.

-Maldición.

Balancea su cuerpo de atrás para adelante, suavemente, como en una mecedora, y no deja de mirar las paredes de madera, la pintura reseca, cuarteada, y la falta de decoraciones. Respira el olor a viejo que le atraviesa la piel y se anida en el corazón.

Pero nada.

No pasa nada.

No se le ocurre nada.

Golpea la guitarra una vez más, y las explosiones suceden de nueva cuenta. Las montañas secas, las rocas, un trozo de sol; todo explota. Y él se termina el cigarrillo sin poner más atención. No importa. No pasa nada. Hasta la casa comienza a caerse a pedazos.

Hoy, ni su sombrero de pensar funciona. Simplemente no.

Y tocan la puerta.

-Beto… es hora de dormir.

“Maldición”.

La casa de madera, los campos secos, el sol del desierto, sus botas de vaquero, el paquete de cigarrillos; todo desaparece como si alguien hubiera pasado encima un borrador. Las imagenes se diluyen. Y Beto se descubre sentado sobre la cama, a la mitad del cuarto.

-Ya voy, mamá- dice.

-Recuerda que mañana tienes escuela.

-Está bien… no tardo.

Y el niño pone la guitarra a un lado, se enfunda la pijama de franela, se lava los dientes y luego apaga la luz.

1 comentario:

Eme dijo...

Siempre me encantó este cuento...