miércoles, 31 de octubre de 2007

Recuerdos

Alberto se quita los lentes y acerca el rostro al monitor. La joven de la fotografía, la que le manda mensajes, le resulta familiar; tremendamente familiar. Se restriega los párpados con los nudillos y vuelve a amodorrarse sobre el respaldo del sillón. Cruza los brazos. Lanza un suspiro.

Revisa de nuevo el nombre de la chica, su nick, la dirección del remitente, pero nada. Bajo la fotografía aparece un mensaje que dice “te extraño. No logro reponerme a todo esto”.

-¡Caray!- golpea el escritorio con los dedos-. ¿Quién eres? ¿En qué momento cometí la estupidez de olvidarte?

Aprieta el botón de contestar y pone las manos sobre el teclado. Escribe una línea tratando de sonar educado.

“Hola. ¿Hace cuanto que no nos vemos?”

Y aprieta el botón de enviar.

Se pone de pie y camina por el cuarto. Abre la ventana y enciende un cigarro. Le da una bocanada. Deja escapar el humo lentamente. Mira la luna que brilla encima de la copa de los árboles.

La imagen de la joven no lo abandona. Sus ojos negros, su cabello largo como cascada de terciopelo, sus labios gruesos que le piden ser besados. La mirada que le atraviesa el alma y le habla al oído. Hasta el sitio que aparece tras ella le resulta familiar.

Se sienta de nuevo frente a la computadora y escribe un mensaje.

“Perdón. Sé que voy a sonar raro, pero... últimamente me cuesta trabajo recordar”.

Aprieta el botón de enviar.

Un sonido le indica que tiene una respuesta en su bandeja de entrada. Sin pensarlo, lo abre.

“Nos vimos hace dos meses” dice.

-DiosDiosDiosDiosDiosDiosDios- Alberto se golpea la cabeza con la palma de la mano-. Esto no puede ser. Debe estar bromeando.

Un nuevo sonido y otro mensaje.

“Lamento que no puedas recordar”. Al final había una carita triste.

Alberto no puede dejar de mirar la foto. No puede dejar de mirar el brillo de esos ojos, ni esos labios ligeramente abiertos, el interior de la blusa. Todo tan familiar.

“¿De dónde saliste?” escribe Alberto.

“Tu sabes. Haz un esfuerzo”.

“Ayúdame”.

Pasa un minuto antes de que suene la llegada de la respuesta.

“Estoy cansada de hacerlo. Me lastimas”.

“¿Cansada?” El cigarro tiembla en su boca.

“No importa. Te lo he dicho. Tus padres tampoco quieren que hable contigo”.

“¿Por qué no quieren que hables conmigo? Ayúdame”.

“Dicen que no es bueno para tu salud. Que es mejor separarnos. Pero no puedo. Me duele mucho”.

Alberto arrastra la fotografía hasta el escritorio de su computadora. La abre con el Photoshop y comienza a jugar con ella. Mueve el brillo y el contraste, la recorta y la hace girar, aumenta la definición. Pero nada. Por más que la mira, nada.

“Entonces... ¿Ya nos conocíamos?” escribe.

“Sip”

El brillo en sus ojos le llama la atención. El reflejo que le regresa. Aumenta la fotografía lo más que puede, poniendo su atención en el reflejo. No puede creer lo que encuentra.

“¿Sigues ahí?” dice el mensaje en su pantalla.

Al centro del reflejo, sosteniendo una pequeña cámara, estaba él. Parecía también sonreír. Su corazón se detiene un segundo.

-¿Cómo es posible? –dice Alberto dando un paso atrás-. No puedo creerlo. ¿Cuándo sucedió esto? ¿Cuándo tomé ésta fotografía?

“Ayúdame a recordar” vuelve a escribir en el mensajero. Afuera, el sonido de los grillos se hacía más fuerte.

“No puedo. Ya lo he intentado todo”.

Alberto arroja la colilla del cigarro por la ventana y se termina lo que queda de Coca. Se levanta y se deja caer sobre la cama, con los brazos abiertos. Por alguna razón se siente triste. El sonido de un nuevo mensaje lo regresa a la computadora.

“Ya es tarde. Tengo que ir a dormir. Mañana platicamos”

-Por favor- dice Alberto al monitor, en voz baja-. No te vayas.

“Buenas noches” escribe resignado “descansa”. Y apaga el mensajero.

Se para frente al espejo. Mira su cabello corto, el pantalón de la pijama que le queda un poco grande, la camisa con los botones desabrochados. Se lleva una mano a la cabeza y camina a la computadora. Antes de ir a dormir debe apagarla.

Toma el ratón con una mano y mira la fotografía que está en el monitor. Esos ojos negros, ese cabello largo como cascada de terciopelo, esos labios gruesos que le piden ser besados. Por alguna razón, la chica le resulta familiar.

-¿Cómo llegó esta fotografía aquí?- se rasca la cabeza-. Es bonita. ¿Quién será?

Mira el reloj, se da cuenta que es tarde, debe ir a dormir. Guarda la foto en una carpeta y desconecta el regulador. Se va a la cama con la imagen de la chica dándole vueltas por la cabeza. Seguramente mañana habrá tiempo de averiguar de quién se trataba.

2 comentarios:

Unknown dijo...

De donde la conocia? Quien era esa mujer realmente? Porque no la recuerda? Soy una persona con mala memoria, pero nunca olvidaria a alguien tan importante para mi, como parece ser ella para Albert, que lo hizo olvidarla? He leido casi todas tus entradas en este blog, pero esta entrada me ha causado demasiadas dudas como para no escribirte. Espero puedas contestarme.

W. dijo...

Es una de esas raras ocasiones en que la memoria ha borrado por completo una parte de tu vida. Eso le sucede al personaje. Ella es un viejo amor, pero su mente se la ha olvidado (aunque no por completo).