jueves, 15 de noviembre de 2007

En las películas

No me gusta cuando en las películas la cámara comienza a ir hacia atrás, con música suave, triste, mientras uno de los protagonistas se queda ahí sosteniendo una maleta. Me molesta aún más si eso sucede en una estación de camiones. Más si la que sostiene la maleta es una jovencita de cabellos lacios agitándose al viento. No me gusta porque me recuerda a esa tarde de noviembre en que nos dijimos adiós.

Las hojas doradas caen suavemente de los árboles al suelo. El sol también cae hacia la tierra mientras el cielo va cambiando de azul a rojo a anaranjado a azul oscuro a negro. El aroma de las lilas acompaña al viento. La sombra que hacen los edificios también va muriendo. No había notado el frío que hace en noviembre. No lo había notado hasta hoy.

Comer en algún restaurante de un centro comercial ya no es lo mismo. No es lo mismo sentarse junto a la ventana y mirar a la gente pasar cargando sus bolsas, riendo después de salir de alguna película. No es lo mismo mirar los escaparates cuando tú no estás. Ahora sólo compro discos para mí, ya no para compartirlos. Tampoco es lo mismo manejar de vuelta a casa con el asiento de al lado vacío. Ya ni los cigarros saben igual.

Leías a los clásicos, eso me gustaba. Leías a Santo Tomás, a Homero y a Voltaire. Leías filosofía y novelas de 1800. Rayabas las hojas de los libros, escribías en los márgenes. También solías olvidar los libros en cualquier parte. Después, mientras cenábamos un plato de cereal frente al televisor, me platicabas lo que habías leído por la tarde. Por ti sé todo lo que esos libros dicen, yo jamás los hubiera leído. Sabes que no leo ningún libro que haya sido escrito hace más de cincuenta años, mucho menos a los clásicos. Ahora lo hago aún menos; me recuerdan a ti.

Fruncías la cara y te tapabas las orejas siempre que veíamos fuegos artificiales explotando a la mitad del cielo. No te gustaba el olor a pólvora. No sé si ahora te guste. También reías mucho cada que dábamos una vuelta en el carrusel. Siempre buscabas un caballo azul que tuviera el rostro apuntando al cielo. Te gustaba el jugo de naranja. Te gustaban las gomitas de grenetina. Te gustaban los algodones de azúcar y las fotografías instantáneas.

En las películas, cuando la cámara comienza a ir hacia atrás, suavemente, no puedo evitar sentir un hueco en el pecho, que me falta el aire. No puedo evitar pensar en tus ojos.

1 comentario:

Eme dijo...

Me gusta pero, escucha, es demasiado azucarado y blando para ti.