jueves, 22 de noviembre de 2007

Un apunte en mi cuaderno

La noche que explotó la bomba a la mitad del patio y todos esos pedacitos de roca cayeron como una lluvia sobre tu cabeza, fue cuando mi vida comenzó a ir hacia abajo. Se había muerto para siempre la música del piano y el sonido de los pájaros que vivían muy cerca de la puerta de la cocina. Tu vestido lleno de sangre. Yo corriendo entre los escombros, levantando piedras, gritando tu nombre. La guerra nos había alcanzado.

El hombre de la ambulancia dijo que todo iba a estar bien, que por suerte los golpes no eran graves. Dijo que con un poco de descanso era suficiente. Por suerte no viste todo lo que yo vi. Las demás casas, no sólo la nuestra, se habían venido abajo. La nube de polvo apenas me dejaba ver más allá de unos cuantos metros. Los muros partidos por la mitad, los trozos de techo regados por todas partes. Una vecina lloraba sentada en el filo de la banqueta, sus pies estaban descalzos. Los rescatistas tratando de sacar los cuerpos. Tú respirando con dificultad tras una mascarilla.

Aún recuerdo tu rostro iluminado por la tenue luz de la bombilla en ese cuarto. Recuerdo tus manos sosteniendo el revólver, el brillo en tus ojos. Recuerdo el olor a sudor, el olor a frijoles echándose a perder, la cinta rosa que te sostenía el cabello en un moño. Recuerdo tus botas pisándole la entrepierna, la manera en que apretabas la quijada después de insultarlo. Recuerdo que él te llamó revolucionaria y tú le disparaste en un dedo del pie. Yo lo hubiera matado pero tú no me dejaste hacerlo.

Comenzamos a dormir debajo de los puentes, a la orilla del mar, en alguno que otro hotel barato que encontrábamos. Todos nuestros amigos se habían ido mucho tiempo atrás, sólo nosotros quedábamos. Me dijiste que querías ir a México. Yo te dije que aún debíamos esperar un poco más. Dormíamos tomados de la mano, abrazados, sintiendo los latidos del corazón del otro. Noviembre siempre fue muy cálido mientras estuvimos juntos.

Nunca fuimos revolucionarios, eso bien lo sabes. Tampoco estuvimos del lado del gobierno. A nosotros nos gustaban los colores del agua en el río, la frescura de tomar un baño por la mañana, mirar el sol aparecer por detrás de los cerros. Nos gustaba estar juntos y jugar a que éramos los buenos de la película. Usábamos sombrero y nos movíamos en un viejo mustang que había sido de mi padre. Vaqueros. No creo que lo hayas olvidado, aunque yo ya he empezado a hacerlo. Por eso estoy escribiendo estas líneas en mi cuaderno.

3 comentarios:

Sierra dijo...

Escribes muchísimos apóstrofes.

♥ஐMaría Cieloஐ♥ dijo...

Me encanta tu manera de escribir, de plasmar como fotografías los momentos del relato; y mi intención no es solamente adularte. En serio me he encantado.
Siempre son tristes las historias de guerras, culpas ininmputables, persecuciones y dictaduras....

Leon dijo...

Este cuento me gusto, el personaje mantiene sus suenos de adolecente (revolucionarios, dormir debajo del puente agarradados de la mano, digase "viviendo de amor y de suenios") pero por otro lado toma el toro por los cuernos, reconoce su realidad y se enfoca en lo que es importante para su vida (digase ser un "Vaquero" lo quiera que eso signifique)