sábado, 3 de noviembre de 2007

Una noche llena de monstruos

La calle estaba llena de pequeños monstruos. Frankensteins, brujas, espantapájaros, vampiros. Monstruos por todas partes caminando de la mano de sus padres. Era de noche, el viento soplaba. Los vi caminar de puerta en puerta, cargando sus calabazas de plástico llenas de dulces.

Pensaba en algo que escribir para mi blog. Pensaba en lo difícil del trafico los días de quincena, en lo largas que son las horas antes de salir de puente y en lo corto que son los días de vacaciones. Pegaba la cabeza en el cristal, cruzando los brazos, mirando a los pequeños monstruos. Pensaba en algo para escribir.

Tal vez era la hora, pero vi muchos caminando de un lado a otro, cruzando la calle tomados todos de la mano, en fila. Máscaras y sombreros, antifaces y crinolinas. La luz anaranjada de la noche.

El viento.

Las sonrisas.

El microbús avanzaba lento por las calles. No sé si sólo yo miraba a los pequeños. En la radio pasaban música de los ochenta. Hubiera preferido un poco de Moby, pero no siempre se puede tener todo. Una noche llena de pequeños monstruos.

Al llegar a casa miré la mesa con el zempasuchitl y papel picado. Las calaveritas de dulce y chocolate. Las veladoras y la foto de la abuela. Dejé las llaves y la cartera sobre el buró, me quité los zapatos y encendí el televisor. En todos los canales pasaban programas de Halloween, ninguno del día de muertos.

Me serví un poco de leche y le di una mordida al pan de muerto. Mamá había preparado varias bolsitas llenas de dulces, “por si los niños vienen a tocar” dijo. Pensé en el Mictlán, en que al día siguiente íbamos a ir a visitar la ofrenda monumental en CU. Pensé en lo mucho que me gusta el día de muertos.

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